Capítulo 34 Los Yermos de Vreig

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Las semanas transcurrieron como sombras a través del Pantano de Serpas, un lugar en el que el tiempo parecía avanzar más despacio que en cualquier otra parte y en el que el ambiente siempre cargado de humedad era pesado, envolviendo a los viajeros en un constante sopor. En medio de este letargo, Saya continuaba con sus escapadas nocturnas, regresando al campamento al alba, antes de que Hidan despertara de su descanso. Aunque Graown aparentaba estar sumido en el sueño, su naturaleza vigilante no le permitía descansar por completo. El grifo, con su instinto siempre alerta, no dejaba de preguntarse a dónde se dirigía la joven mestiza cada noche, incapaz de comprender las razones detrás de sus idas y venidas, pero temiendo que el peso del destino estuviera cobrando su precio sobre ella. Mientras tanto, Hidan también se marchaba, aunque su cuerpo permanecía inerte y nadie era consciente de su ausencia. En lo profundo de su ser, continuaba entrenando en el vasto espacio de introspección de su alma, fortaleciendo su cuerpo día tras día, y afilando sus habilidades como una espada bien templada, sintiendo cómo cada movimiento y cada respiración lo acercaban un paso más cerca del verdadero guerrero que debía ser.

Finalmente, dejaron atrás la gran laguna que marcaba el corazón del pantano y avanzaron hacia su borde. La atmósfera entre ellos durante todo ese tiempo había sido densa, como si el mismo pantano tratara de retenerlos, y los sonidos inquietantes del entorno parecían un eco de sus pensamientos, perturbando la mente preocupada de los tres viajeros. Sin embargo, Hidan, gracias a sus sentidos agudizados, era capaz de percibir algo más. Una presencia, esquiva y silenciosa, los observaba desde la penumbra. Durante varias jornadas, había sentido esa mirada clavada en ellos, invisible para Graown, un experimentado Cazador, e incluso para Saya, quien tenía la habilidad de percibir el poder demoníaco, igual que él, pero el hecho de que sus compañeros no notaran esta amenaza solo incrementaba su inquietud. Quienquiera que los seguía era lo suficientemente hábil como para ocultarse incluso de sus sentidos afinados.

– ¿Lo sientes, mocoso? – susurró Mordaz.

– Sí... – respondió Hidan en un murmullo, apartándose un poco de sus compañeros. – Está cerca.

– ¿Desde cuándo nos sigue? – inquirió Lumia, con la voz tensa.

– Desde hace días. – admitió el chico, con una frustración creciente al reconocer la incertidumbre que lo rodeaba. – Pero no sé qué es.

– Eso es lo más preocupante. – terció Mordaz. – Si se oculta, es porque no quiere que sepamos que está aquí, y eso nunca es buena señal, ¿sabes?

– Debes advertir a los otros antes de que sea demasiado tarde. – le aconsejó la estrella en un tono cargado de preocupación.

Hidan cerró los ojos por un momento, evaluando la situación.

– Si lo hiciera, solo empeoraría las cosas. – confesó. – Lo peor que podría pasar ahora es que los nervios nos traicionen a todos.

– Por una vez, pienso lo mismo. – concedió la espada, dejando que su voz resonara en la mente de su portador con aprobación.

Lumia suspiró, resignada. Hidan había cambiado no solo en su habilidad para combatir, sino también en su manera de pensar. Su mente, antes llena de temores y dudas, ahora funcionaba con la fría precisión de un diestro Cazador, alguien que sabe cómo utilizar la presencia de su enemigo a su favor, manteniendo la calma incluso en la incertidumbre. Lumia recordaba cómo este joven había sido víctima del pánico y del terror hacía apenas un año. El dolor y la pérdida habían moldeado a Hidan, transformándolo en una figura casi irreconocible, pero en el fondo, la estrella podía ver que lo que lo impulsaba no era solo el dolor, sino un deseo profundo de proteger a sus compañeros, especialmente a Saya. Después de todo, durante el día, ella mantenía una fachada de frialdad y distancia, como le había aconsejado hacer el muchacho, pero en la noche, se acercaba a él, conversando en susurros mientras se miraban en la oscuridad, siendo su alegría y calma un contraste con la tensión que se acumulaba a su alrededor. Hidan sabía que la mestiza había sufrido mucho durante los días en los que él había estado inconsciente, y lo último que quería era preocuparla ahora por algo que no estaba del todo seguro si representaba una amenaza o no.

El Cazador de demonios (libro I) La Montaña ProhibidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora