Capítulo 5 Los ojos que olvidaron

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A mediodía, Hidan despertó, y al abrir los ojos, se dio cuenta de que estaba tumbado sobre el pasto. En seguida se incorporó lo más rápido que pudo, asustado por no ver ni al grifo ni a la niña a su lado, y comenzó a gritar el nombre del grifo en un acto reflejo, sin importarle que eso pudiera delatar su posición a posibles enemigos.

– No hace falta gritar tanto. – dijo Graown detrás suyo, negando con la cabeza. – Si hubiera demonios merodeando cerca, ya nos habrían encontrado por tu culpa.

– ¡Graown! – exclamó Hidan, aliviado, corriendo a trompicones hacia el pájaro. – ¿Dónde está la niña?

– Río arriba, donde la corriente es menor, lavándose. Le he dado una de las telas para que se vista con ellas.

– ¿P-Pero está bien? – insistió él, inquieto.

– Más o menos. – respondió el grifo en un tono misterioso.

– ¿Qué... ¿Qué quieres decir? – aquella respuesta ambigua no hizo más que preocupar al muchacho más de lo que ya estaba.

Graown, por su parte, suspiró.

– Pronto lo descubrirás.

Hidan lo miró interrogativo, aunque, acostumbrado al halo de misterio que solía envolver al grifo, no insistió más ya que, en realidad, era un alivio saber que la niña ya había despertado y que se encontraba bien.

– ¡Graown! – exclamó entonces una voz infantil. – ¡Ya he terminado!

Hidan se giró en la dirección desde la cual provenía la voz y escasos segundos después, una chica apareció corriendo de entre la espesura formada por árboles y matorrales. A modo de vestido llevaba una larga tela blanca atada al hombro derecho con un simple nudo, sus pies iban descalzos y su larga melena castaña del color de la caoba, ahora algo más pulcra que antes tras lavarla en el río, se movía con el viento. Iba sonriendo y en sus brazos traía su antigua ropa manchada de sangre, hecha un guiñapo con bultos dentro. Al verse cara a cara, la chica paró en seco y observó al muchacho a una cierta distancia. Hidan no supo cómo reaccionar. En cambio, la niña sonrió aún más y se acercó.

– Gracias por curarme. – dijo Shina.

– No... No fue nada. – respondió Hidan, cohibido y extrañado por la actitud alegre de la chiquilla, pues su situación no era precisamente una que provocase sonrisas.

Sin embargo, Shina sonrió de nuevo y se acercó a Graown con su improvisado saco. Lo dejó junto al grifo y sonrió una vez más, resaltando las pecas que bañaban su delicado rostro.

– Traje el desayuno. – anunció, orgullosa.

Desarrolló así las telas y dejó al descubierto media docena de peces aún húmedos que daban sus últimos coletazos de vida.

– ¿Los has pescado tú? – preguntó Hidan con curiosidad, acercándose también.

– ¡Sí! – exclamó ella. – Graown me enseñó esta mañana.

Hidan dirigió entonces la mirada a su maestro, sorprendido por tal afirmación. Antes pensaba que el grifo era reacio a estar con esa niña y ahora era él quien ayudaba a la chiquilla de manera desinteresada. ¿Qué estaba pasando aquí?

– Tu nombre es Hidan, ¿verdad? – preguntó Shina sin dejar atrás su característica sonrisa.

– Eh, ¿sí...? – contestó el aludido.

La chiquilla sonrió conforme y tomó una de las manos de Hidan, empezando a dar vueltas a su alrededor hasta que ambos terminaron rotando en círculos mientras Shina reía alegremente.

El Cazador de demonios (libro I) La Montaña ProhibidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora