El Cazador de demonios (libro I) La Montaña Prohibida

Capítulo 24 Tantai

Minutos antes, sobre lo que quedaba de la pasarela de bambú, Hidan seguía enfrentando a Tantai, quien había experimentado un remolino de furia después de que el muchacho hubiera confesado matar al demonio Serpiente. Sus ataques, imbuidos por la fuerza arrolladora del Pulso Negro, se habían vuelto más y más violentos desde entonces, pero el demonio Lobo, frustrado por la resistencia del muchacho gracias a los rayos blancos que lo rodeaban, decidió cambiar de táctica. Con un movimiento inesperado, hizo girar su cadena de miasma, generando así un vórtice de llamas negras que lanzó no hacia Hidan, sino hacia un grupo de Cazadores jóvenes que luchaban por mantener a raya a otros demonios sobre la arena de la torreta. Hidan vio cómo la vorágine, girando en espiral, se dirigía hacia sus compañeros, y su corazón se detuvo por un instante.

– ¡No! – gritó, desesperado.

Desde aquella distancia y en su posición, no sería capaz de saltar ni de llegar a tiempo para lanzarse hacia ellos y poder así interceptar el ataque, pero justo cuando parecía que todo estaba perdido, una figura apareció en la pasarela que daba a la arena. Era Elias, que al ver el peligro, había saltado junto a su vulpiro anaranjado hacia el grupo, desviando el vórtice de llamas negras con una potente llamarada roja, salvándolos. Sin embargo, un demonio lobo a lomos de su mantícora aprovechó la oportunidad para embestir al zorro. Elias cayó al suelo mientras los Cazadores más jóvenes a los que había protegido intentaban cubrirlo a él y a su montura. Hidan, viendo cómo la situación empeoraba por momentos, sintió una rabia desmesurada arder en su pecho.

El Santuario de Thalassa se había convertido en un baño de sangre. Los Cazadores resistían como podían, algunos pertrechados con las pocas armas de Undila que tenían, y otros tan solo con su coraje, mientras que las criaturas de magia ancestral también hacían lo que podían, llevando a lomos a sus guerreros o barriendo el área con llamaradas. Muchas de las casas de bambú ardían en ese momento, víctimas del fragor de la batalla, e Hidan, presa del pánico, no pudo pensar en otra cosas más que en Saya, preguntándose si la serpiente se habría escondido en alguna de las casas que habían sido incendiadas.

– No dejaré que ganes. – murmuró, apretando a Mordaz con todas sus fuerzas. – No dejaré que destruyas este lugar.

Tantai sonrió bajo su máscara.

– ¿Y cómo pretendes hacerlo, humano? – rugió, desplegando ante él sus garras. – La Horda del Lobo es implacable y tú no podrás vencernos en solitario.

– No está solo. – dijo entonces una voz a su espalda.

Hidan reconocería esa voz seseante en cualquier parte.

Y de repente, sintió un movimiento a su lado. Saya había llegado a su altura, e inesperadamente, lo había hecho en su forma humana. Pero lo que realmente dejó sin habla al muchacho fue descubrir que en el rostro de la muchacha, la máscara dorada del demonio Serpiente relucía bajo el brillo de los rayos blancos que cubrían su propia espada.

– ¿Cómo has...?

Hidan no sabía en qué momento había podido recuperar Saya su máscara, pero tampoco sabía cómo había sido capaz de arreglarla ni si al tenerla puesta era realmente ella misma. Por no decir que usarla frente a los Cazadores solo lograría amedrentarlos más de lo que ya estaban, pero pensándolo bien, en aquel caos, quizá muy pocos se darían cuenta de lo que pasaba.

– No hay tiempo para eso. – masculló la mestiza, invocando en sus manos una espada negra, la misma con la que había enfrentado a Hidan en el Desfiladero de Huesos.

Tantai pareció reconocer aquel arma, pues observó con incertidumbre a la guerrera enmascarada. Una armadura negra cubría a la mestiza, pero no se parecía en nada a la que usaba como Hija del Rey. Esta era más refinada, y aunque sencilla, había perdido gran parte de los vestigios demoníacos que caracterizaban a su anterior coraza. Era una armadura más sobria, una que, pese a nacer del poder demoníaco que fluía por sus venas, se había vuelto más humana, igual que ella.