El Cazador de demonios (libro I) La Montaña Prohibida

Capítulo 12 La historia de Hemn

Elric se sentó de nuevo en el suelo mientras la gente aplaudía, pero repentinamente, los Cazadores allí presentes comenzaron a murmurar entre ellos, y la ovación que celebraba la valentía del joven que había derrotado a tantos demonios en el desfiladero se fue desvaneciendo, dejando tras de sí un silencio sepulcral. Un silencio que desgarraba el aire del pequeño asentamiento de Plumas. El tío de Hidan descorchó entonces su cuarto frasco de vino de arroz y bebió su contenido en silencio, observando de soslayo el comportamiento de sus guerreros. Muchos de ellos miraban al muchacho que se encontraba sentado a su lado, con miradas cargadas de desconfianza y recelo.

– ¿Es su sobrino? – murmuraban unos.

– Entonces, es el hijo de Hemn. – decían otros.

– ¿Del anterior líder de la Orden? – masculló alguien más.

– ¿A quién llamas líder? Hemn no fue más que un traidor.

Hidan, con su agudizado sentido del oído gracias al poder de la luz, captó cada susurro como si estuvieran hablando con él cara a cara, y su corazón comenzó a latir con fuerza, casi queriendo escapar de su pecho. Si antes había estado confuso, ahora estaba completamente perdido. Todos lo miraban incrédulos, y él no hizo más que bajar la cabeza, sin saber si debía sentir vergüenza o culpa. Aquella situación era la última en la que había esperado encontrarse. Ya había sido difícil asimilar que su padre era originario de aquel valle, pero descubrir que había sido el líder de la Orden de Plumas y ser testigo de cómo lo llamaban traidor era un golpe que no esperaba. ¿Qué había hecho Hemn para merecer el rechazo de su gente? ¿Había sido esa la razón por la que se marchó y acabó viviendo en Özestan? Fue entonces cuando uno de los guerreros, un hombre calvo y corpulento con un gran bigote negro, se levantó y empezó a aplaudir, lentamente y con solemnidad, llamando la atención de todos los presentes. Justo después, otro hombre, esmirriado pero lleno de cicatrices, prueba irrefutable de sus gestas en batalla, se unió al aplauso. Así, uno tras otro, una docena de ellos se levantaron y aplaudieron. A los ojos de Hidan, todos parecían ser guerreros, y todos lo miraban con una mezcla de pena y respeto.

– Por lo menos deberías mirarlos. – le dijo Coga.

Pero Hidan, atrapado en su confusión, apenas registró las palabras de su primo. El agobio en su pecho crecía cada vez más al haberse convertido sin saberlo en el centro de atención, y su mente estaba plagada de pensamientos oscuros. No era difícil notar que para la mayoría, él no era bien recibido entre ellos, y en parte lo entendía, pues quién sería capaz de poner buena cara al que se suponía que era el hijo de un traidor.

– Esto me traerá problemas... – murmuró Mordaz.

Hidan escuchó a su espada y entendió que muy posiblemente, Mordaz tenía algo que ver con todo esto. El pasado de la espada no le era desconocido. Había sido una arma capaz de matar a sus amos si no los consideraba dignos, pero su padre no había muerto bajo su filo, sino ante un demonio. Por eso no lograba comprender del todo la situación, pero sabía que si quería llegar a entender el motivo de aquellas miradas de desprecio, debía hablar con Mordaz seriamente, más pronto que tarde, pues algo trascendental se le escapaba. Hizo gesto de levantarse para irse de allí y descubrirlo, pero por desgracia, Elric consideró que se había levantado para hablar a los miembros de la Orden.

– Vamos, Hidan. – lo animó. – Diles algo, sin miedo.

El muchacho contempló a su tío, perplejo. El hombre lo miraba con un gesto serio, pero en sus ojos verde oliva podía ver el brillo del alcohol. Hidan se negó sutilmente con la cabeza, a sabiendas de que viendo la situación, Elric no podía estar hablando en serio a menos que estuviese realmente borracho.

– No... Yo no...

– ¡Eso! – dijo entonces uno de los guerreros que habían permanecido sentados. – ¡Qué nos digas por qué ha venido aquí!