Capítulo 49 Punto de encuentro

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El sol de la mañana comenzaba a alzarse en el cielo despejado, iluminando las ruinas de Fodies mientras la tormenta, que hasta hacía poco había azotado el lugar, se desvanecía hacia el norte. En la plaza central, la celebración estaba en su apogeo. Las calles, deshechas por el reciente conflicto, ahora vibraban con la vida renovada. Hoguera tras hoguera ardían, y las danzas sobre las cenizas de los demonios se entrelazaban con el ritmo improvisado de instrumentos hechos con restos de metal y madera, mientras el júbilo de la victoria se extendía por cada rincón. Desde un rincón en las escaleras de piedra, Ruu observaba la fiesta en silencio. Queros lo había dejado hacía un rato para unirse a la multitud, pero él, con su habitual recelo hacia los humanos, había preferido mantenerse al margen, pues aunque la alegría de los demás le provocaba una leve calidez en el corazón, los oscuros recuerdos que arrastraba consigo no lo dejaban olvidarse de su verdadero propósito.

– Muchos desean la soledad, Ruu, pero pocos son capaces de soportarla. – dijo una voz familiar, interrumpiendo sus pensamientos.

El chiquillo de cabellos blancos giró la cabeza, encontrándose con el anciano Cairo, que avanzaba lentamente apoyado en su bastón, palmeando el suelo con cada paso.

– Me ha costado dar contigo, pequeño. ¿De qué te escondes? – preguntó Cairo, sentándose junto a él con un suspiro.

"¿De qué?" – repitió Ruu en su cabeza, desviando la mirada. Era una buena pregunta. Él, el líder de la rebelión de los esclavos, uno de los seres más poderosos que se encontraban en ese momento en Fodies, se escondía, como un niño asustado.

– Tu silencio no me sirve como respuesta. – continuó el anciano con un tono suave pero firme. – Así que, te haré otra pregunta: ¿Qué es lo que ves?

Ruu miró al hombre viejo con un gesto desprevenido. Cairo era ciego y no podía ver lo que sucedía, pero no comprendía su inesperado interés ni interrogatorio. Resignado, el chiquillo de ojos jade observó a la gente que danzaba, los que tocaban con palas e instrumentos de metal y a los que comían y bebían sin agobio todo lo que habían encontrado en las despensas. Sonrisas, alegría, canciones... Había un nombre para todo aquello.

– Veo una fiesta. – respondió finalmente.

Cairo sonrió, extendiendo su mano huesuda para acariciar el cabello blanco del muchacho.

– ¿Y sabes por qué celebran una? – preguntó, su tono casi paternal.

Ruu rodó los ojos, sintiendo que la pregunta era obvia.

– Celebran que hemos ganado... – empezó a decir, pero se interrumpió al sentir la mano de Cairo sobre su hombro. Desconcertado, miró al anciano, quien a pesar de su ceguera, lo observaba con una expresión de comprensión y serenidad.

– Entonces, ve con ellos. – dijo Cairo.

Pero el niño apartó la mirada, ahogando un suspiro.

– No pertenezco aquí... – aseguró con un tono hosco, bajando la vista. – Y pronto me iré. – añadió. – Es mejor que no me relacione con ellos...

– Pero tú mismo lo has dicho, Ruu. – replicó Cairo. – "Hemos ganado". Eso significa que tú también formas parte de esta celebración. Eres uno de nosotros, y no uno cualquiera...

Ruu soltó una risa amarga, pero al volver la mirada hacia el anciano, se sorprendió al ver la seriedad en su rostro. Cairo no bromeaba. De repente, la sombra de dos figuras pequeñas se interpuso entre ellos. El niño alzó la vista para encontrarse con otros dos niños de la etnia Ahriq, cubiertos de hollín y vestidos con harapos. Pensando que buscaban al anciano, Ruu se levantó, pero uno de los pequeños lo detuvo al agarrar su capa blanca. Ruu miró al niño con el ceño fruncido, pero el chiquillo de tez tostada, lejos de asustarse, le dedicó una sonrisa que lo desconcertó. El otro chiquillo, que también lo miraba con admiración, dio un paso adelante.

El Cazador de demonios (libro I) La Montaña ProhibidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora