Capítulo 7 El escuadrón

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Aquel grupo de guerreros les hizo salir del túnel y ahora los rodeaban con las armas en alto, expectantes.

– ¿Quiénes sois? – inquirió uno de ellos, concretamente, aquél que mantenía su espada a escasos centímetros de la cabeza de Graown.

Se trataba de un hombre de unos veinticinco años, de cabellera rubia y brillantes ojos verdes del tono de la piedra de jade. Su indumentaria consistía en una armadura ligera hecha de cuero y metal algo diferente a la del resto de sus compañeros, por lo que el grifo asumió acertadamente que ese joven debía ser el líder del escuadrón, no solo por su armadura, sino por el carisma que parecía irradiar más allá de su mirada, pero esto al ave no pareció intimidarle en absoluto.

– ¿De qué Orden venís? – cuestionó el grifo a modo de respuesta, levantando la vista sin miedo, pese a la peligrosa cercanía del acero.

El líder del escuadrón y él se sostuvieron la mirada durante unos instantes en los que Hidan se mantuvo a la espalda de Graown, cobijando a Shina con los puños cerrados. Era la primera vez que veía Cazadores de demonios con sus propios ojos y en vez de sentir admiración por ellos, lo único que le producían era rechazo. Siempre imaginó cómo se sentiría si tuviera la suerte de conocer a alguno de ellos. Cómo serían, el vigor que desprenderían, las hazañas que llevarían a sus espaldas... Pero todo aquello había quedado en el pasado y la ilusión de un niño fascinado por las historias de esos héroes había sido arrancada a la fuerza por la crudeza de los acontecimientos que había tenido que experimentar. Ahora, ni las cicatrices que decoraban los rostros y extremidades de esos hombres le resultaban impresionantes. Tampoco las historias que había detrás de ellas, sus armas o cualquier cosa que dijeran. Nada en ellos le parecía relevante, nada salvo su ineptitud.

La ira le quemaba por dentro de solo pensar que habían llegado tarde a Kirkas y que no habían podido salvar a nadie, al igual que había sucedido con su hogar tiempo atrás. Desde pequeño había creído con firmeza que ellos eran los protectores y salvadores de la humanidad. Que ellos acudirían en auxilio de cualquiera que lo necesitase. Que en las tierras más al norte de Mantra, donde los demonios se habían asentado plenamente, luchaban sin descanso para recuperar sus tierras y protegerlos a todos. Pero en este momento y más que nunca, Hidan estaba seguro de que si alguien debía confiar su vida a esa gente, era mejor que se diese por vencido y aceptase su destino a manos de los demonios.

Por su parte, la pequeña que temblaba de miedo entre sus brazos no entendía ni por qué esos hombres habían aparecido de repente ni por qué los apuntaban con sus armas. Solo sabía que Hidan apretaba sus brazos contra ella con demasiada fuerza, lo que le hacía pensar que aquel encuentro no era precisamente algo bueno y temía que esa gente pudiera hacerles algo malo.

– Yo soy el que hace las preguntas aquí – rebatió finalmente el Cazador rubio, rozando ligeramente las plumas del grifo con el filo de la espada.

A la criatura de magia ancestral no le quedó más remedio que ceder.

– Mi nombre es Graown, y ellos son Hidan y Shina. – explicó sin dar muchos detalles. – Solo estamos de paso. El chico y yo venimos de los bosques del sur y en nuestro camino llegamos a esta aldea. Encontramos a la niña desorientada y decidimos curar sus heridas... Al despertar nos dimos cuenta de que había perdido la memoria y nos hicimos cargo de ella, así que volvimos a la aldea en busca de suministros y acabamos descubriendo la trampilla secreta.

– ¿Y a dónde conduce? – cuestionó el líder con suspicacia.

– Creemos que a un templo. – contestó Graown con franqueza. – Parece que sacrificaron a un niño en él antes del ataque.

El hombre rubio cerró los ojos con pesar mientras que el resto de Cazadores se miraban entre ellos e intercambiaban algunas palabras en voz baja.

– Comprobadlo. – ordenó, y al momento, dos de sus hombres descendieron por la trampilla.

El Cazador de demonios (libro I) La Montaña ProhibidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora