Capítulo 22 La Iniciación

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Los cuatro días que siguieron fueron una prueba de resistencia para el grupo de Cazadores. El peso de los demonios ralentizaba su avance, pero no había opción de detenerse, pues era ahora cuando debían avanzar con premura y cautela, sin llamar la atención de nada ni de nadie si no querían revelar la ubicación del santuario. Por eso, los cazadores volaron sin descanso, turnándose para vigilar a los demonios que apenas mantenían la conciencia bajo las redes y asegurarse de que no hubiera ningún intento de fuga. Al cuarto día, el olor a sal y las aguas brillantes de la Bahía Petram aparecieron en el horizonte, y de repente, el cansancio que había pesado sobre sus hombros durante la travesía se alivió al ver los primeros acantilados, sabiendo que su misión estaba a punto de completarse. Con precisión, los Cazadores maniobraron a sus monturas y cargamento hacia la entrada del santuario, descendiendo con cuidado a través de la cueva sobre la que rompían las olas.

Una vez dentro de Thalassa, los cinco demonios capturados fueron transportados a la parte inferior de la torre central de la caverna, donde se ubicaban tres celdas de Undila listas para recibir a las criaturas demoníacas. Estas celdas, además de las tres que tenía cada Orden en su bastión, eran las únicas que existían, asegurando que los demonios no pudieran escapar ni dañar a nadie antes de la Prueba del Alma. Los Cazadores trabajaron en silencio, moviéndose con eficiencia y coordinación. Cada demonio fue encadenado con grilletes de Undila, los cuales se cerraron con un chasquido final en torno a las extremidades de aquellas viles criaturas. Cuando terminaron, subieron por las pasarelas hasta el último piso de la estructura, donde los aguardaba la arena de combate, un espacio circular donde los aspirantes se habían estado entrenando durante los siete días en los que el grupo de Cazadores había estado fuera de Thalassa y que, en aquel momento, practicaban una última vez antes de dar inicio a los combates reales que no tardarían en empezar.

Las paredes de la pequeña arena estaban adornadas con emblemas de las Órdenes, y desde el palco que se elevaba sobre ella, los líderes observaban a los aspirantes con atención. Liora seguía los movimientos de cada uno de ellos, analizando con su mirada penetrante cada detalle, cada paso y golpe que daban. Aquella prueba no siempre terminaba bien, y por eso prefería echarle un vistazo a los jóvenes antes de empezar, para estar prevenida de sus fortalezas y debilidades y, en caso de necesidad, poder intervenir. Sus ojos se detuvieron entonces en un joven castaño de complexión esbelta pero ágil, uno que había llamado su atención durante los días previos y que practicaba sus movimientos con una destreza que sobresalía entre los demás.

– Ese chico... – murmuró la guerrera, sin apartar la vista de él. – Es bueno, pero parece más joven que el resto.

A su lado, Elric asintió.

– Tiene diecisiete años.

Liora se giró hacia él, con una mezcla de sorpresa y reproche en su mirada.

– ¡Elric! ¿Cómo se te ocurre traer a un aspirante tan joven?

Pero el hombre de la cicatriz no respondió de inmediato, sino que dejó que la visión de su sobrino combatiendo contra el aire hablara por sí sola. Hidan movía su espada con una precisión y una velocidad que pocos a su edad podrían igualar. Cada golpe era meticuloso, y su postura mostraba la disciplina de alguien que debería ser mucho mayor.

– Mírale luchar. – respondió finalmente, con un tono de orgullo en su voz. – Está tan preparado como los demás... Lo lleva en la sangre. – aquel último comentario hizo que la líder del Sauce lo mirara, confusa, y él, hinchó el pecho. – Es mi sobrino, Hidan de Özestan, hijo de Hemn de Plumas.

Liora se quedó en silencio por un momento, reconociendo aquel nombre, pues había conocido a Hemn cuando fue nombrado líder de Plumas tras la terrible muerte de su padre, y lo recordaba bien. Ambos habían compartido el pacto de sangre del Cónclave en varias ocasiones, y ella lo consideraba un guerrero excepcional. Sin embargo, después del incidente que causó el exilio de Hemn, nunca más se supo de él.

El Cazador de demonios (libro I) La Montaña ProhibidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora