Capítulo 42 El Rey de Hierro

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– Mientras vagaba por la frontera de Gimma, encontré una casa en medio del bosque. Vivía allí una joven bruja, y apenas me vio, decidió hacerse cargo de mí. Decía que mi apariencia era un regalo de la naturaleza... Mi piel de tigre, mis ojos y mis garras... Todo en mí parecía entusiasmarla. – aseveró con una tenue sonrisa. – Y sin quererlo, le tomé aprecio de inmediato... Aunque era humana era bondadosa, con un aire ermitaño, pero con un gran corazón... Se sorprendió mucho al descubrir que podía transformarme en tigre y prometió investigar para averiguar qué clase de ser era yo. Dijo que tal vez era descendiente de alguna criatura de magia ancestral olvidada o víctima del hechizo de un poderoso mago... Juró protegerme de cualquiera que quisiera hacerme daño y me afirmó que, desde ese día, sería como su hijo.

Taiga hizo una pausa, su voz teñida de nostalgia y amargura.

– Por aquel entonces, ella no sospechaba que mis extraños poderes eran en realidad el efecto de ser un demonio a medias... – suspiró, como si deseara poder volver a esos días. – Ojalá todo se hubiera quedado así... Recuerdo que por las noches tenía pesadillas en las que veía a la gente de mi aldea venir a por mí, listos para entregarme a los demonios. Pero al amanecer, solo con ver la sonrisa de la bruja, sentía que ese mal sueño se desvanecería en la luz del día.

Hidan escuchaba con atención, observando cómo los ojos del mestizo, normalmente encendidos como el fuego, parecían haber encontrado una calma momentánea en esas memorias.

– Pasé varios años oculto en aquel bosque de Tomma, aprendiendo de ella. Me enseñó a ver la belleza de la naturaleza, a comprender que siempre hay una razón para todo, y que ser diferente era algo de lo que estar orgulloso... Y yo fui un ingenuo al creer en sus palabras. – en ese momento, Taiga apretó los dientes y su mirada se endureció. – Al principio, me trató como a un hijo, pero cuando descubrió que ocultaba la máscara, todo cambió y empezó a actuar de manera extraña. Una noche, me preparó un brebaje para calmar mis pesadillas y me quedé profundamente dormido. Al despertar, me encontré maniatado en una mesa de piedra, rodeado por sacerdotisas, sacerdotes... y por la bruja. Todos me miraban con desprecio y miedo, pero ella seguía sonriendo como siempre. Cuando le pregunté qué estaba pasando, me enseñó la máscara y dijo que, al ser un demonio, debía ser purificado.

– ¿Purificado...? – Hidan susurró, sintiendo una oscura premonición.

– Sí... Lo que para ellos significaba morir. Y que la bruja a quien había llegado a considerar como una madre fuera mi asesina era algo que no podía aceptar... – los ojos de Taiga se oscurecieron con el peso de su confesión. – Supongo que te imaginas lo que ocurrió después...

– Los mataste. – concluyó el joven Cazador, desviando la mirada hacia el trono de Taiga, donde las calaveras humanas que lo decoraban permanecían inmutables.

– A todos. – confirmó el demonio Tigre con una voz tan dura como el acero. – Ninguno sobrevivió. Es cierto que necesité mucho valor para matar a quien había considerado una madre, pero al final, también acabé con ella. – confesó. – Usó muchos trucos con su magia, me rogó que la escuchara, que recobrara la cordura, pero mi poder la sobrepasó con facilidad... al igual que sus falsas palabras. Solo quería salvarse a sí misma; estoy seguro. – un largo suspiro escapó de sus fauces. – Ella había roto su promesa de protegerme, yo había confiado en ella, y todo lo que obtuve fue otra traición... Otra vez...

Hidan le observó en silencio, percibiendo el abismo de rencor que había devorado el alma de Taiga.

– El odio me llenó, y mi corazón se rompió en mil pedazos. – sentenció. – Así que decidí volver al único lugar donde nadie me rechazaría por lo que era ahora... El lugar donde me respetaban y el único al que realmente pertenecía... porque fueron los humanos y no los demonios los que me convirtieron en lo que soy.

El Cazador de demonios (libro I) La Montaña ProhibidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora