Capítulo 26 Retorno a Plumas

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El viento del norte azotaba la Región de Mantra, siendo éste un eco distante que traía consigo el ulular de las almas que alguna vez habían caído en esas tierras. Era un lamento bajo, casi imperceptible, que acompañaba a los Cazadores en su largo y doloroso viaje de regreso al Valle de Plumas. Durante un mes entero, viajaron en silencio, no solo con sus mentes y corazones heridos por la pérdida y la desesperanza, sino también con sus cuerpos aún marcados por la batalla de Thalassa.

Hidan y Saya compartieron cada noche juntos, acurrucados bajo el pelaje de Ardu. La joven, en su forma de serpiente, se enroscaba alrededor del torso de Hidan, sintiendo el ritmo errático de su corazón mientras él dormía, atormentado por las pesadillas. Los sueños de Hidan eran oscuros y llenos de dolor, sombras de los demonios que había enfrentado en el Santuario y de aquellos a quienes no había podido salvar. Elias aparecía constantemente en su mente, regalándole una sonrisa que a los pocos segundos, se transformaba en una mueca de horror. Después, la sangre le rodeaba y su figura se desplomaba, presa del dolor. Elric también lo visitaba, mirándolo silenciosamente, con aquel porte que lo caracterizaba, hasta que una espada lo atravesaba desde atrás, apuñalando sin contemplaciones su corazón. En las horas más profundas de la noche, cuando el frío se hacía más intenso y los susurros del viento se volvían aullidos, la figura de Tantai también acorralaba a Saya, pero ella permanecía serena, junto a Hidan, ofreciendo su presencia silenciosa como consuelo pese a que ella misma era incapaz de aplacar su propio corazón.

Coga no era diferente. Las pesadillas lo asaltaban con ferocidad cada noche, mostrándole imágenes de su padre y de Kram cayendo en la batalla, repitiéndose en su mente una y otra vez. En más de una ocasión, su grito de angustia rompió la quietud nocturna, despertando a todo el grupo. Tracia, siempre vigilante, se acercaba a él, abrazándolo con fuerza y murmurando palabras de consuelo hasta que sus temblores cesaban. A pesar de su dureza exterior, la joven Cazadora demostraba que su corazón seguía siendo cálido, protegiendo a su hermano menor con todo lo que le quedaba de humanidad.

El viaje fue largo, pero no solo por la distancia. Con la necesidad de evitar a cualquier grupo de demonios que pudiera estar al acecho, se vieron obligados a tomar rutas más largas y tortuosas. El recuerdo de la caverna de Thalassa, del sacrificio y la tragedia que allí había tenido lugar, seguía presente en cada uno de sus pasos, pero finalmente, después de semanas de caminar, alcanzaron el Desfiladero de Huesos. Allí, en la entrada de la Cueva de Mönrras, dejaron que Ardu, el noble vulpiro naranja que les había acompañado, se marchara de vuelta a su propio hogar, allá donde quiera que se ocultara el bastión de la Orden del Sauce. El zorro gigante les dedicó una última mirada antes de desaparecer entre las sombras del desfiladero, llevando consigo una parte de su dolor y dejando a los Cazadores con la misión más dura que aún debían soportar.

Las horas siguientes fueron una prueba de resistencia, pues cada paso que resonaba en la cueva los acercaba más a su hogar, pero también a la realidad de lo que habían perdido, hasta que por fin, el grupo alcanzó la cima de las escaleras que llevaban al Valle de Plumas. Cuando comenzaron a descender, los Cazadores que patrullaban el valle los vieron llegar y dieron aviso con los cuernos. Una discreta multitud se agrupó rápidamente, formando una pequeña comitiva para recibirlos cuando llegaran al pie de las escaleras. Una de las Cazadoras allí reunidas, una joven Barauz que pertenecía al escuadrón de Tracia, se adelantó con una sonrisa al ver a su líder, pero su expresión se congeló al darse cuenta de la gravedad en los rostros de los que regresaban.

– No os esperábamos tan pronto... – comentó, temblando al ver las expresiones sombrías de quienes descendían los últimos peldaños.

Antes de que pudiera decir más, dos figuras de tez oscura, los padres de Kram, emergieron de entre la multitud con nerviosismo, escudriñando desesperadamente a los recién llegados. El alivio que mostraron al principio cuando habían descubierto que la comitiva de Plumas había regresado antes de tiempo se había desvanecido al no encontrar el rostro de su hijo entre los que llegaban.

El Cazador de demonios (libro I) La Montaña ProhibidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora