Capítulo 3 El maestro

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El gran pájaro pareció tranquilizarse al ver que la espada permanecería guardada y volvió a adoptar una postura majestuosa, sentándose frente al muchacho con el cuello erguido.

– Primero, querría saber cuál es tu nombre.

– Hidan. – respondió él al instante. – Hidan de Özestan. – añadió. – ¿Cuál es el tuyo?

– Me llaman Graown, y en el pasado fui guardián y compañero de los Cazadores de demonios de la Orden de Plumas.

El muchacho se removió en el sitio a sabiendas de que esa era su oportunidad de saber algo más sobre el pasado oculto de Hemn.

– Supongo que esa... es la Orden a la que pertenecía mi padre.

El tono de Hidan no estaba bañado en curiosidad o emoción, sino más bien en reticencia, y el grifo lo notó.

– Así es. – respondió Graown de todas formas. – Ambos crecimos en ella y desde que alcanzamos la edad para luchar, no hubo batalla que no librásemos juntos. Allí donde nos llamaban, acudimos sin tardanza e hicimos cuanto pudimos por ayudar a...

– Pero al final, mi padre se marchó. – lo interrumpió Hidan secamente. – ¿Por qué?

La criatura de magia ancestral tardó en contestar, sorprendido por lo apático de su oyente, pero también debido a que lo que estaba a punto de decir le resultaba difícil de expresar, puede que hasta doloroso.

– Tuvo sus razones. – dijo al fin. – La vida de un Cazador es complicada y peligrosa. Nunca se tiene la certeza de si verás un nuevo amanecer o no. Los demonios son implacables y enfrentarlos no es sencillo... Hay quienes no pueden soportarlo y prefieren vivir una vida tranquila.

Pero aquella respuesta no satisfizo a su interlocutor.

– Mi padre huyó. – sentenció entonces el muchacho apretando los puños. – Desertó.

– Yo no he dicho eso.

– Pero es lo que hizo, ¿no? – replicó. – Abandonó la Orden y a sus compañeros. Te abandonó a ti y empezó una nueva vida en Özestan. Una vida segura y aburrida, lejos de los demonios, de las masacres, de la muerte...– inevitablemente, desvió la mirada hacia aquella espada que su padre no llegó a usar durante el asedio. – Yo siempre había admirado a los Cazadores pero él... Él los odiaba. No soportaba oír hablar de ellos. Prácticamente renegaba de su pasado.

El grifo no supo qué contestar a eso. Aquel chiquillo era como una nube de tormenta en la que cientos de emociones luchaban unas contra otras sin tener aún claro cuál de ellas se convertiría primero en relámpagos.

– ¿Estás decepcionado?

Hidan alzó la vista y encontró los ojos del color del ámbar del ave devolviéndole la mirada con seriedad, como si esa simple pregunta significara algo mucho más importante de lo que en un primer momento podría aparentar. Por ende, se tomó su tiempo para contestar.

– No. ¿Cómo podría estarlo? – musitó, dejando ir automáticamente parte de la tensión acumulada en sus hombros. – Mi padre fue un héroe. Luchó hasta el final. Nos defendió hasta el último aliento, algo que los Cazadores de demonios no hicieron... y nunca podré olvidar eso... – pero, pese a todo, pese a querer defender el nombre de su padre y admirar su último acto en vida, algo se le escapaba, algo le molestaba. – ¿Por qué... no la usó? – de nuevo, sus ojos pardos se posaron sobre aquella espada forjada que no hacía más que generarle dudas. – ¿Por qué le tienes miedo? – cuestionó esta vez fulminando al grifo. – Es solo un trozo de acero viejo.

Graown suspiró.

– Tienes razón, muchacho. Es solo un trozo de acero... Pero en manos inexpertas puede ser peligrosa. Ya te dije que está manchada de sangre. La espada es capaz de sentir la presencia de los demonios y actuará por sí sola si no eres capaz de controlarla. Se volverá loca y tú con ella. Has de tener cuidado y no usarla. Veo que llevas un arco y que tienes flechas. Creo que se adaptarán mejor a ti que la vieja espada de tu padre.

El Cazador de demonios (libro I) La Montaña ProhibidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora