Hidan despertó en el mismo sitio en el que se había dormido y comprobó que Graown y Shina seguían a su lado, descansando. Notó también que en su mano sostenía a Mordaz, comprendiendo al instante que todo lo que había experimentado no había sido un sueño, alegrándose de ello, pues esto significaba no solo que había sido capaz de domeñar aquella espada maldita, sino que el poder de la luz que Kárah le había entregado le había reconocido también.
Despertó entonces a sus compañeros y tras comer algo de pan se pusieron en marcha. La herida que adornaba el ala de Graown no había cicatrizado aún, pero tras cambiarle el vendaje, el grifo insistió en continuar. Los húmedos pasadizos de la Cueva de Mönrras se extendieron ante ellos como sendas infinitas y oscuras. Caminaban y caminaban, pero el camino nunca se terminaba. Así fueron pasando las horas hasta que finalmente, a lo lejos, divisaron una luz blanca.
– ¿Es la salida? – preguntó Shina, incrédula.
– En efecto. – contestó Graown. – Por fin hemos llegado.
La niña dejó atrás la fatiga y empezó a correr hacia ella mientras el grifo sonreía. Hidan le observó en silencio, notando cómo un aire de regocijo rodeaba también al ave. Él, en cambio, no sabía cómo actuar. Por fin descubriría qué es lo que se ocultaba tras una cueva tan protegida y extraña, pero tampoco estaba seguro de querer saberlo, mucho menos después de ver cómo Shina se había detenido al final del túnel, aparentemente estupefacta ante lo que quiera que hubiese allí. Hidan se alarmó y empezó a correr hacia ella para acabar deteniéndose y abriendo la boca como nunca antes lo había hecho. El sol del atardecer los recibía en su esplendor, brillando en el cielo anaranjado e iluminando los inmensos prados y campos de cultivo y de arroz que se extendían como una manta verde en el fondo de un profundo valle amurallado. En él, había incluso una pequeña arboleda y un río, pero eso no fue lo que más llamó la atención del muchacho; también había casas. Casas de piedra y madera con humo saliendo de las chimeneas, gente en los campos, en el río y alrededor de lo que parecía un pueblo. Pero también había criaturas que sobrevolaban el cielo, nadaban en el río, caminaban entre las casas o pastaban en los prados. Criaturas de magia ancestral aladas, con cola, cuernos y garras, plumas, escamas y demás.
– Bienvenidos al Valle de Plumas. – anunció Graown con solemnidad, apareciendo por detrás. – El hogar de los Cazadores de la Orden de Plumas.
Hidan lo miró perplejo. Aquel nombre no era desconocido para él, pues Graown lo había mencionado cuando se conocieron. La Orden de Plumas era el grupo de Cazadores al que había pertenecido no solo el grifo, sino también su padre. Ahora comprendía el porqué de tantas medidas de protección en la cueva; había humanos viviendo allí, y no humanos corrientes, Cazadores de demonios, sin ir más lejos. El joven de cabello castaño ya no se sentía capaz de culparlos por lo sucedido en Özestan, pero lo que sentía en esos momentos no era alegría o emoción por semejante descubrimiento, sino una profunda decepción. Ahora entendía el incomprensible comportamiento del grifo. Ahora sabía por qué había decidido acompañarlo en su viaje, por qué debían ir hacia el este en lugar de hacia el noreste, por qué debían atravesar la Cueva de Mönrras sí o sí...
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El Cazador de demonios (libro I) La Montaña Prohibida
Fantasy*GANADOR DEL PRIMER PUESTO EN LOS DreamersAwards2016 y en los PremiosGemasPerdidas2016 en la categoría ACCIÓN/AVENTURA [De un inicio cliché puede nacer una historia y un mundo completamente diferentes. Irrepetibles. Nuevos.] • • • • • • Durante...