Capítulo 37 La decisión de Ruu

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Minutos antes de que ellos llegasen a la ciudad, Ruu se escabulló entre las sombras como un espectro silencioso. Con una agilidad sorprendente, se desplazaba de tejado en tejado mientras su capa blanca ondeaba a cada salto. Su misión era crucial: debía preparar el terreno para que sus tres nuevos compañeros pudieran infiltrarse con éxito. Finalmente, llegó a los tejados que colindaban con la gran plaza central, y desde allí observó la bien alineada horda compuesta de unos doscientos demonios que aguardaban en formación. La mayoría de esos demonios tenían un aspecto siniestro, asemejándose a roedores gigantes, con hocicos alargados, grandes dientes y colas que se enroscaban de manera amenazante. Sus ojos reflejaban una frialdad que helaba la sangre, pero sin embargo, no todos eran ratones deformes; también había demonios con rasgos lobunos, reptilianos y aviares, mostrando que los clanes del Lobo, Serpiente y Cuervo se habían reagrupado en la ciudad tras la caída de sus líderes Enmascarados. Entre ellos, un medio centenar de mantícoras vigilaba el perímetro con sus colas de escorpión en constante movimiento, listas para lanzar sus púas a la primera oportunidad.

Agudizando la vista, Ruu identificó a los dos líderes de aquel batallón: Inir y Agues, quienes custodiaban las dos entradas principales a la plaza. Sus soldados, formados en filas a su espalda, esperaban en un inquietante silencio. Ruu, con una sonrisa torcida en su rostro, se colocó la capucha de su capa y, sin dudarlo, saltó desde el tejado, aterrizó con una gracia excepcional, levantando una ligera nube de polvo que se disipó rápidamente. Los demonios, alertados por la presencia del intruso, lo rodearon de inmediato, apuntándole con sus armas. Inir y Agues avanzaron hacia él, pero al ver la Máscara del demonio Ratón asomando bajo la capucha, se arrodillaron.

– ¿Os atrevéis a levantar las armas contra vuestro propio señor? – preguntó Ruu, modulando su voz para imitar el tono oscuro y escalofriante del demonio Ratón.

Los demonios retrocedieron, bajando sus armas mientras inclinaban la cabeza en señal de sumisión.

– Eso está mejor. – murmuró el chiquillo, dejando escapar una risita nerviosa que había ensayado a la perfección.

Perdonadnos, mi señor, creímos que era uno de los intrusos... – se disculpó Agues con la voz temblorosa.

– Los intrusos aún no han llegado, pero están cerca. – anunció Ruu, mientras su mirada recorría a las repulsivas criaturas que se reunían ante él. – Los he localizado al sur de Fodies, y a la velocidad que llevan, estarán aquí en menos de una hora.

– Excelente trabajo, mi señor. – dijo Inir, con un tono que intentaba halagar, pero que en realidad irritó a Ruu, pues era consciente de que su habilidad, aunque formidable, no superaba la del antiguo mejor rastreador, Tantai.

La mantícora líder se dio la vuelta entonces para dirigirse a sus subordinados, mientras Agues levantaba uno de sus peludos brazos y emitía un fuerte alarido que fue replicado por el resto de los demonios y mantícoras.

Esperaremos a los intrusos en la Puerta del Sur. – proclamó Agues con autoridad, a sabiendas de que al actual anfictiónico del demonio Ratón no le gustaba interactuar con los suyos. – Pero un cuarto de nuestras fuerzas revisará el resto de la ciudad como medida preventiva. Las hordas de los Hijos Caídos se encargarán de ellos. – precisó. – No permitiremos que la Serpiente Traidora, un humano y un pájaro crucen nuestros límites.

Con órdenes claras, la horda se dispersó. La mayoría de los demonios del Clan del Ratón siguieron a Ruu hacia la Puerta del Sur, mientras que los demás se adentraron en las callejuelas para asegurar que ningún intruso escapara a su vigilancia. Al llegar a la Puerta del Sur, los demonios se agruparon bajo el gran arco de piedra que marcaba la entrada a la ciudad. Ruu, con un salto ágil, se posicionó sobre el arco con la mirada fija en las lejanas formaciones rocosas, vigilante. Agues e Inir se situaron debajo de él, esperando nuevas instrucciones mientras Ruu reflexionaba sobre su próximo movimiento. Sabía que cualquier error podría costarles caro. Durante unos eternos minutos, el silencio reinó en la puerta. Los demonios permanecían firmes, con sus armas listas, mientras Inir y Agues susurraban entre ellos, discutiendo la mejor estrategia para enfrentar a un enemigo que creían indigno de semejante despliegue de fuerzas, pero de pronto, un alarido desgarrador rompió la quietud. Los demonios y mantícoras giraron al unísono para descubrir a uno de sus compañeros tendido en el suelo, con un agujero en el pecho que atravesaba su armadura. La sangre escarlata comenzaba a formar un charco bajo su cuerpo inerte.

El Cazador de demonios (libro I) La Montaña ProhibidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora