Capítulo 20

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El Jefe menor.

Cada vez nos acercamos más a una gran muralla medieval ya previamente conocida por mí, el camino rocoso se vuelve más abultado a medida que pisamos, sigo descalza por lo que las piedras se entierran en las plantas de mis pies provocándome pequeños raspones que siento en cuanto avanzo, pero no es nada grave por lo que sigo caminando normal.

Voy más adelantada que Theo, ya que se quedó atrás dando órdenes a los guardias que vigilan el área. Un sendero hecho de piedra iluminado por antorchas incrustadas en el suelo que mantienen fuego dentro guían hasta las imponentes puertas dobles de madera.

Es una fortaleza que está rodeada de enormes muros, ha salido en las revistas ya que el apellido Leroy es muy reconocido en los Ángeles por las empresas multimillonarias que maneja Theo, en los artículos lo describen como '' Al señor Leroy le gusta conservar su privacidad'', pero las revistas basuras que se ponen a crear chismes para vender dicen que oculta cosas tras esos grandes muros que ha levantado.

Él no se ha pronunciado al respecto, pero sí ha dado varias entrevistas para desaparecer los rumores que no le suman, le gusta aclarar las cosas para no tener malos entendidos con la prensa, lo que ha hecho que su reputación no se haya visto afectada y siga perfecta como siempre la ha tenido.

La brisa fresca de la noche hace que mi cabello se eleve con el viento y cierro los ojos disfrutando de estas pequeñas cosas que me hacen sentir viva, momentos donde estoy en paz, lejos del caos, y eso se acaba cuando la voz de Theo me hace abrir los ojos.

- ¿Pero qué haces?

Giro sobre mis talones y en lo primero que me fijo es en que cabello desordenado que siempre me ha parecido un poco más exótico que el de los demás pelirrojos que he visto, tiene ese color que no es ni tan encendido, ni tan apagado, es simplemente un rojo perfecto.

A simple vista te preguntas si es teñido, pero cuando te acercas te das cuenta que es completamente natural, sus cejas llevan el mismo tono cautivador que contrasta increíblemente bien con la palidez de su piel, la cual es exageradamente blanca. Sus ojos son negros como el carbón, para algunos matadores pero su mirada es suave cuando la posa en mí, siempre ha sido así desde niños, nunca hablaba con nadie aparte de mí, hasta que un día lo obligaron.

Es más alto que yo y está mirándome mal de brazos cruzados, me importa poco con la cicatriz que le veo en la cara.

- Caminando –me acerco a tocarlo.

Es una de las pocas personas con las que me siento cómoda con el contacto físico.

-¿Descalza? –me mira como si tuviera la culpa de todos sus problemas, mientras le tomo la cara entre las manos viendo la enorme cicatriz que le cruza desde la ceja hasta más abajo del ojo, afortunadamente el ojo no sufrió daño, no puedo decir lo mismo de su párpado.

- ¿Qué te pasó en la cara? –con las yemas de mis dedos recorro la cicatriz, que ya se ve que lleva un tiempo allí, pero fue tan dañina como para tenerla de por vida.

- Te estas raspando la planta de los pies –dice frustrado, señalando mis pies.

- No importa -digo desinteresada.

- Siempre te he dicho que no andes descalza y no me haces caso, ya no somos críos ni vivo contigo para cuidarte de todo –se agacha a quitarse los zapatos, mientras reniega y me los pone, tengo que sujetarme de su hombro para no perder el equilibrio.

Se incorpora dándome un vistazo de pies a cabeza y frunciendo el ceño.

-Mira y estás toda delgada, ¿Has estado comiendo bien?

Tentando al Diablo © +18 | Libro #1 | Genes PerversosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora