Capítulo 30

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Cerraduras.

Tres días después.

Las comunidades están de luto.

El viento helado compone el clima gris de hoy día. Estamos en el jardín de la Dimora. Hay una tradición en nuestra familia respecto a cuándo morimos, esta es que todos debemos ser enterrados en el mismo sitio, en la Dimora. El cementerio está en pleno bosque de nuestra propiedad.

Ella no es la excepción, será enterrada junto a los demás familiares que fueron consagrados y enterrados aquí. El padre esparce agua bendita a lo largo del ataúd, recitando oración en honor a Orazia, pidiendo tanto al señor como a su hijo.

La Dimora es una fortaleza que envuelve toda la comunidad y se mezcla con el espeso bosque. El ataúd se encuentra en el suelo rodeado de flores con el padre dando la misa de despedida en el podio de hierro y acero que se ha mantenido ahí por años.

No hay nadie más aquí aparte de los que llevan nuestra sangre. La iglesia está cerrada para el público este día. Mi padre decreto que hoy los ciudadanos vestirían de negro hasta pasar la semana de duelo obligatorio para cualquiera en el pueblo. Mañana se podrán volver a dar las oraciones mientras tanto no.

Las pocas flores de colores que había en el jardín se han cortado, reemplazándolas por semillas con flores blancas y para cuando estas vuelvan a crecer el luto familiar habrá terminado y se volverán a plantar nuevas de los colores anteriores.

La pérdida de un miembro Ferrari ha dejado estragos en todas las comunidades, empezando por la comunidad Pregato, a la que pertenecía la familia de Orazia. Todos quieren vengar la muerte de un pariente del General, algunos miembros de los clanes han venido desde lejos a dar el pésame a los padres de Orazia que fueron en su tiempo tan importantes para las comunidades y los clanes.

Sin embargo, ninguno de los padres, tanto Fiorella como Flavio está completamente aquí para poder decir algo. Fiorella, por su parte, no ha recibido ninguno de los arreglos florales que les han mandado, solo se dedicó a planear el funeral sin decir una sola palabra desde que la noticia fue vociferada.

Perder un hijo es el peor golpe que te pueda dar la vida.

Todos nos mantenemos atentos a lo que dice el padre, llevamos vestimenta formal de duelo. Unos conllevan el duelo mejor que otros. Yo me mantengo en mi silla con las gafas negras abajo, a un lado tengo a mi padre. Ni Alec ni Morgana se encuentran aquí, porque ellos no cuentan como Ferrari, podrán pertenecer por nupcias, pero para nosotros no es así.

Únicamente los que llevan nuestra sangre están presentes, a excepción del padre de Orazia, que por fin ha conseguí calmarse. Mellea apoya la cabeza en su hombro, y su padre apoya la suya en ella.

Miro a mi padre, percatándome de que observamos lo mismo. Deja de mirar cuando siente mi mirada. Nos miramos por unos segundos antes de que apartemos la mirada al tiempo.

El saca su celular, y yo giro hacia mi abuelo que llegó hace pocas horas.

Se inclina a besar mi frente, luego vuelve a prestar atención al frente. Por el rabillo del ojo veo que mi padre nos observa.

- Si querías un besito paternal en la frente me hubiese dicho a mí –me susurra.

- Yo no quería nada, él lo hizo porque le nació –surruro de vuelta-. Cosa que en ti nunca va a pasar.

Su forma de mirarme hace que me baje las gafas solo para fruncirle el ceño.

- A veces es increíble lo mucho que te pareces a ella.

- ¿A quién?

- A la puta de tu madre.

No lo tomo por algo nuevo, porque me lo ha dicho antes indirectamente.

Tentando al Diablo © +18 | Libro #1 | Genes PerversosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora