Capitulo 61

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La gente que decía que no debías comprar comida que servían en la calle, sólo hablaba porque nunca había probado el perro caliente que tenía entre mis manos. Como obviamente me expulsarían de la escuela, o al menos eso era lo que los cien mil mensajes de Tris decían, ¿qué otra cosa podía mejorar ésta situación más que un perro caliente? Luego de mi escape victorioso de la escuela Oak Hills, el rumor de mi claro ataque psicótico había recorrido los pasillos tan rápido, que para la hora del almuerzo, toda la escuela estaba enterada de cómo le había partido mi cuaderno de cálculo a la profesora Guinea en la cara, mientras abandonaba el edificio en una motocicleta. No tenía idea de cuándo había hecho todo eso, pero estaba claramente arrepentida de no haberlo pensado con antelación. Como tenía ganas de alejarme de absolutamente todo por un buen tiempo, fui directo a mi auto, y estuve conduciendo por al menos una hora, intentando canalizar mi enojo para no tener que llamar a Mason una vez más, sabiendo los riesgos que eso conllevaba. Terminé deteniéndome en un puesto que vendía perros calientes a un lado de la carretera. Una mujer de unos noventa años estaba detrás de una madera algo improvisada que decía 'Los mejores perros calientes del Estado', y estaba segura de que no me habían estafado. Me había quedado hablando con Elle, así era su nombre, mientras devoraba la comida. Me había contado que su marido había muerto en la Segunda Guerra Mundial, y que el Gobierno le había compensado su muerte con una dotación de por vida de salchichas, y para su mala suerte, ella era vegetariana. Así que decidió abrir ese puesto de comida, mientras el estado le suministraba mes tras mes, la cantidad de comida que, de alguna manera, le debían por la vida de su esposo.

—¿Quién diría que una vida humana valdría esa cantidad de puercos? —Me dijo mientras ahuyentaba una mosca que volaba cerca de nosotras. —Hubiera preferido que me regalaran a los pobres cerditos, pero, ¿qué puedo hacer al respecto? Ya ha pasado mucho tiempo, y no me va tan mal. —Se encogió de hombros mientras masticaba el último pedazo de mi delicioso perro caliente, un poco triste porque se había terminado. Miré la carretera desierta mientras asentía con la cabeza. Esto sí que era vivir sin preocupaciones. Estaba considerando seriamente abrir un microemprendimiento como el de Elle.

Ambas movimos la cabeza al escuchar el ruido de un auto acercándose. Desde que había llegado, habían pasado alrededor de veinte minutos, y ni un sólo auto había irrumpido la paz de este extraño pueblo fantasma. Un automóvil que me resultó extrañamente conocido se acercó a toda velocidad por la carretera, y se perdió en una de las laterales del pueblo. ¿De dónde conocía yo ese auto? Observé atentamente el lugar en donde se había perdido de mi vista, y me giré a Elle.

—Es muy raro que un auto pase por aquí, ¿no? —Ella volvió a mover su arrugado rostro como si estuviera pensándolo con todas sus ganas.

—No es raro que pasen por la carretera, pero sí es extraño que se metan en el pueblo. No hay nada interesante para ver desde que cerró la fábrica de hilos en mil novecientos treinta y ocho. —Junté mis cejas.

—¿Ah, sí? —Ella asintió con la cabeza y acomodó un poco el vestido que se volaba por la ventisca que se había levantado de repente. —¿Por qué cerró?

—Crisis económica. Era lo único que le daba trabajo a la gente, pero la mayoría se terminó mudando a las ciudades porque no podían mantener a sus familias. —Sacudí mis manos en mis pantalones y me acerqué a Elle para darle la mano.

—Sin duda son los mejores del Estado. —Dije, aludiendo al cartel, y ella sonrió con satisfacción.

—Vuelve cuando quieras, niña. —Sacudió su mano mientras me subía al auto. Aceleré, siguiendo el carro por donde lo había visto desaparecer, y con la ayuda de las nubes de tierra que habían creado las calles. Me acerqué lentamente a un gigantesco edificio que parecía incluso más abandonado que todas las casas con el césped descuidado que había pasado en mi camino. El auto estaba detenido justo delante de aquel edificio lleno de moho que parecía sacado de una película de terror, y decidí ocultar mi coche detrás de uno de los jardines con el césped crecido hasta los cielos ubicado a unos cuantos cientos de metros del lugar en donde el auto sospechoso se encontraba, para no levantar ningún tipo de sospechas.

Christopher IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora