Capitulo 17

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—¡Cinco pasos hacia atrás! —Gritó Richard en mi oreja, le hice caso, llevándome los cuchillos conmigo.

Tenía una taza de café humeante entre sus dedos, y sabía que era café, porque desde que lo conocía bebía café. Me enojó el simple hecho de conocerlo tan bien, o al menos de pensar que lo conocía, y volví a fallar en el cuarto tiro. La botella cayó al suelo, porque la había rozado con mi cuchillo, y el ruido lo hizo darse cuenta que había alguien más ahí, además de su perfección.

—¿¡Pero qué te pasa hoy!? ¡Diez pasos hacia atrás! —Me giré sobre mí misma furiosa, y caminé, repitiendo en mi mente que debía sacármelo de la cabeza de una vez por todas y que no fallaría un solo tiro más.

Mis ojos se fijaron en el objetivo, y preparé el cuchillo entre mis dedos, sabiendo que sus ojos escaneaban cada movimiento que daba como no lo había hecho en mucho tiempo. Justo en el momento en que iba a tirar, detecté con el rabillo del ojo que se movía, estirando su cuerpo, otro indicio de que acababa de despertarse. Su piel perfectamente lisa y el lunar que sabía que tenía en su pecho me distrajeron, al igual que la cicatriz que todavía tenía de aquella vez que había ido a buscarme a la casa de Johann en luna llena para protegerme. Pff, ¿protegerme? ¿A quién quería engañar?

—¡____! —Antes de que pudiera decir algo más lo interrumpí. Obviamente no le había dado al blanco.

—¡LO SÉ! ¡LO SÉ! ¡QUINCE MALDITOS PASOS MÁS! —Si otra hubiera sido la ocasión, Richard probablemente me hubiese pedido que caminara, no quince, sino cincuenta pasos hacia atrás. Pero mi humor, y la clara presencia de Christopher le hizo darse cuenta que si volvía a molestarme, el próximo objetivo sería él.

Mis ojos volvieron a enfocarse en la botella de plástico que el cuchillo debía atravesar, me concentré en las líneas que Richard había dibujado con algún marcador probablemente, y respiré, intentando ignorar la presencia de Christopher que me distraía de absolutamente todo. Pero era imposible. Era literalmente imposible si una estúpida risa que se burlaba de mí llegaba hasta mis oídos, como si estuviera cantando su canción preferida, aunque no tenía una. Y mi cerebro no pudo contenerlo. Todo el sentimiento de venganza, dolor y, también, la estupidez que naturalmente corría por mis venas, se transportaron hasta mis dedos, quienes lanzaron el cuchillo sin piedad, dirigiéndose directamente hacia Christopher.

Escuché que Richard contenía la respiración al notar que me desviaba del objetivo principal, pero luego volvió a respirar cuando el cuchillo se estrelló contra la taza que Christopher había dejado sobre la baranda, haciéndose pedazos, y esparciendo el líquido que contenía por todos lados. Mi respiración se había acelerado sin darme cuenta, y mis ojos volaron a los suyos, haciendo que me viera, sin una pizca de lo que sea en su rostro. Era ilegible. Insoportablemente ilegible. No tenía ni idea de lo que podría estar recorriendo su mente, y me irritaba hasta hacerme poner los pelos de punta. Sus pupilas estaban clavadas en las mías como nunca antes, y luego de al menos diez segundos, en los que mi respiración irregular aturdía a mis oídos, su rostro había decidido que era demasiado bueno como para ver el mío, y se dio vuelta, sin quejarse, ni decir nada en absoluto. Y así lo quería. Quería que fuera un ente en mi vida del cual no tuviera que preocuparme nunca más.

—Creo que es suficiente por hoy. —Soltó Richard, haciendo que dejara de ver la figura de Christopher que había desaparecido por la puerta corrediza de un costado de su casa.

Este había sido probablemente el entrenamiento más corto y menos intenso que Richard jamás me había dado, y en vez de sentirme aliviada, me irrité mucho más al pensar que tal vez en su cerebro, corría la pequeña posibilidad de suponer que ver a Christopher era tan fuerte para mí y me dolía tanto, que no podía seguir con esto. Y, aunque una décima parte de eso era cierto, la verdad era que lo único que me había distraído de pegarle al blanco que él me había dado era el odio que me recorría de pies a cabeza cuando veía su rostro, que no me dejaba pensar con completa claridad.

Christopher IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora