Capitulo 62

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Matt Thompson abrió los ojos y su cara tomó la misma expresión que hubiese puesto si hubiera visto un fantasma. Desde mi lugar en lo alto de la fábrica, noté que una gota de transpiración caía de su frente. Stevie soltó a la chica de inmediato y la dejó en el suelo sin un poco de tacto, los tres chicos del orfanato también me observaban sin poder creerlo, mientras el único que actuaba, era el mayor de todos. El calvo que desconocía en absoluto fue el primero en reaccionar, largándose a correr hacia las escaleras de metal un poco destartaladas para llegar hasta mí.

Mi cerebro, que generalmente solía no aparecer en este tipo de situaciones, decidió presentarse en mi cabeza. Era esa porción de cerebro que solía hablar con la voz de Richard y casi siempre lograba hacerme entrar en razón. "Son cinco contra uno, no puedes hacerlo sola". Y a pesar de que admitirlo hacía que un líquido extraño subiera hasta mi garganta para dejar un claro gusto amargo que me causaba ganas de vomitar, sabía que negarlo sería una estupidez. Mi mano cerró la puerta de la pequeña oficina justo cuando la cara roja y enojada del extraño tropezaba en el cuarto escalón. Tanteé mi bolsillo, buscando mi teléfono en la oscuridad, mientras escuchaba gritos de reproche, probablemente esperando a que actuaran en vez de quedarse allí parados como unos idiotas. Busqué entre mis contactos a pesar de que la luz del teléfono me había cegado temporalmente. La puerta comenzaba a ceder bajo la fuerza de quien sea que estuviera detrás. El peso de mi cuerpo no era suficiente barrera, tendría un minuto como máximo. El pitido de espera me torturaba en los oídos.

—¿____? ¿____ en dónde estás? Zabdiel me dijo que desap... —Lo interrumpí antes de que siguiera hablando, sólo perdíamos tiempo. Explicarle a Richard en dónde estaba tardaría horas, además de que no tenía ni idea de en dónde estaba con exactitud.

—Rastrea mi llamada. Necesito refuerzos. —Un golpe que me desestabilizó hizo que mi teléfono cayera y se deslizara lejos de mí, a la oscuridad de una de las habitaciones. Los gruñidos detrás de la puerta cada vez se hacían más fuertes y tuve que tomarme del marco de la puerta para que no se abriera ni una rendija que les permitiera pasar. Observé a mi alrededor, viendo que mi única salida era la ventana por la que había entrado minutos antes. Pero no podía irme, no podía dejarla allí, y menos aún podía dejar que ellos se salieran con la suya. Tal vez podría desaparecer, atacarlos desde la oscuridad si lograba huir.

Preparada para correr lo más rápido que podía, le di un último golpe a la puerta, haciendo que quien quiera que estuviera detrás fuera golpeado por ésta. Corrí con la mayor velocidad que las piernas me permitían hasta la ventana tapada con papel de diario y lancé la mitad de mi cuerpo por la ventana, esforzándome con ayuda de mis brazos y mis piernas para terminar de pasar la parte inferior de mi anatomía.

Una fuerza violenta y mayor a la mía me tomó del pie e hizo que la fuerza de mis brazos se tornara en mi contra. Mi cabeza se estrelló contra el metal frío de la escalera y sentí como si una pequeña explosión se librara en la parte delantera de mi cráneo. Mis brazos no podían hacer fuerza, mis piernas aún menos, la fuerza extraña me arrastraba hacia adentro de la habitación nuevamente. El cielo se había tornado de un color oscuro, probablemente porque el sol estaba escondiéndose, pero no le encontré explicación cuando se tornó completamente negro, y mis ojos se cerraron sin poder evitarlo, mientras me tomaba con fuerza de algo duro y frío como último recurso.

(...)

—Tú no lo entiendes... ¡No podemos matarla! —La cabeza me estallaba del dolor. Mis párpados me pesaban tanto que ni siquiera podía abrirlos a pesar de toda la fuerza que estaba haciendo. —No existe esa posibilidad. —Tenía la mandíbula entumecida y los oídos hacían un esfuerzo sobrehumano por escuchar a pesar de que eso sólo causaba que mi cabeza diera más y más vueltas.

Christopher IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora