25 | Paz

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25.


Paz.




Un suspiro leve se escapó de mis labios al mismo instante en que la puerta se cerró a mis espaldas. Era extraño y particularmente intimidante, la situación parecía ser mucho más grande de lo que alguna vez habría llegado a pensar.


El intentar ser más que suficiente era un pensamiento constate y no debía ser así, yo no era así. Cualquier mujer era más que suficiente y única, ahora el problema era que no todos podían ver eso, no cualquiera tenía esa mirada valiosa en la vida.


La cabaña era pequeña a su manera, aunque la verdad no era así, más bien después de estar tantos días en una casa tan grande, mi mirada se había vuelto particular. No había paredes divisorias, el ambiente abierto fluía con cada cosa en el lugar. Solo había dos puertas además de la entrada, el baño es de suponer y otra que me faltaba investigar.


Una extraña sensación de instalo en mi estómago al momento en que mis ojos solo cayeron sobre la gran cama en un extremo del cuarto. Era gigante y el aspecto rural solo la hacía más imponente. Los cuatros postes que casi llegaban al techo solo estaban unidos por dos telas blancas que colgaban formando una X en medio. El suave olor de la limpieza recientemente hecha, me confirmaba mis pensamientos. Lo venían planeando, todo esto, nuestro escape.


Ese pensamiento no abandono mi mente mientras miraba todos los artículos que estaban guardados en la parte de la pequeña cocina. Era un bonito lugar después de todo, muy silencioso.


Hubo un momento en mi vida en que había querido esto, en que solo quería seguridad, en cambio, solo recibí miedo, miedo de mi persona, miedo de todo lo que podría pasarme con solo un error.


Había perdido tanto y aun tenía miedo, el único día que había hecho algo por mí, nada había salido como esperaba, el hecho de que aun respirara lo confirmaba.


Y ahora, muy en el fondo lo sabía, había encontrado mis razones, razones para seguir y avanzar.


* * *


Mastico normalmente, pero los dos pares de ojos mirándome me hacen ponerme nerviosa y tardar un poco, trago y por costumbre bebo algo de agua bajo sus miradas.


—¿Y? —pregunta Isaiah.


—Esta bueno—sonrió—. Muy bueno.


—¿Segura?


Asiento y los veo erguir alimento, los siento verme de vez en cuando, cerciorándose de que también coma y me guste. Me gustaba esto, esto de tenerlos cerca y no podía negar que la atención que me prodigaban era un factor que ahora se había vuelto muy constante y me satisfacía.


—Este lugar, ¿Hace mucho lo hicieron? —Pregunto.


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