52 | Atormentada

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52.



Atormentada.



Me quejo al igual que cada parte de mi cuerpo mientras soy movida con brusquedad, apenas puedo sostenerme sentada a la vez que mi acompañante empuja una silla hasta sentarse frente a mi. Intento ver todo mi alrededor encontrándome con Dulce y Breana dormidas, dudaba que esta vez estuvieran fingiendo.



—No te preocupes por ellas, no nos molestaran por un tiempo—declara inclinándose a mi.



Apenas contengo el temblor que quiere escapar de mi cuando acaricia mi mejilla antes de bajar la mordaza de mi boca. No quería hacerlo, pero el tenerlo frente a mi no jugaba a mi favor.



Patrick Reither.



Alguna vez había crecido escuchando historias de él, el gran alfa, el jefe y dueño de miles de personas que lo amaban. Mi madre era una de ellas, había sido un gran hombre nacido de sangre común, hasta que logró ganar su lugar como alfa de la manada. Respetable, justo, confiable y fuerte.



Nunca supe en qué momento fue que todo eso fue borrado de él, solo fui consciente del cambio el día en que me cedió a su maldito hijo. Único descendiente de su sangre, nacido de la única mujer que había tomado como suya y quien habría muerto con el nacimiento de Lorcan. Para nadie era un secreto que Patrick adoraba el piso debajo de su hijo, ¿Pero no era así con todos los padres decentes? Supongo que el amor de padre de él fue más allá de lo normal.



—Nos volvemos a encontrar, pequeña Lynette.



—Ha pasado tiempo—apenas logró decir algo.



Patrick asiente sin apartar su vista de mi, aun cuando él sería la viva imagen de Lorcan a su edad, lo que siempre me inquietaba de su persona era su mirada, aquellos ojos oscuros idénticos que compartía con su hijo.



—¿Ha pasado el tiempo? He perdido la cuenta de los días que pasaron, en mi mente lo que pasa, minuto a minuto es el pasado, como bucle, se repite una y otra vez. Un pasado que por tu culpa, está lleno de muerte y tristeza.



—¿Mi culpa?—quiero reír—. No quieras tirarme todo a mi, todo lo que sucedió fue resultado de todas las malas decisiones que tomaste.



—¿Querer darle todo a mi hijo?



—¿Y cómo terminó eso? Hiciste que el maldito creyera que caminaba sobre oro. Lo malcriaste, lo viste derrapar y cuando debiste pararlo, solo apañaste aún más sus malas decisiones.

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