46 | Dulce

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46.



Dulce.



—No se ha sentido bien, así que deje que descansara, me disculpo contigo por tener que dejarte sola aquí. Pero deseo que Dulce duerma, no ha estado bien últimamente.



Asiento en silencio notando el cansancio tatuado en el rostro de Dalton, más allá de eso, un aura de tristeza me ahogaba cada vez que el hombre se paseaba cerca de mí. Estaba muy al límite.



Les doy una sonrisa a mis hombres cuando se acercan a tocar mi cuerpo y despedirse de mí. A su manera, tono como cada uno deja una suave y tentativa caricia cerca de mi vientre de forma casi imperceptible. Mis ojos siguen el recorrido de los hermanos hasta fuera de la cocina y solo pasan unos minutos antes de que escuche la puerta principal siendo cerrada.



La cocina esta pulcra, no había algo fuera de lugar, sin embargo, solo verla así me hacía sentir extraña, aquí siempre estaba Dulce. Paseo por ella mirando las cosas a la vista, antes de adentrarme a buscar las demás. Paso minutos descifrando que usar y que no, mientras pongo el agua a calentar. Me tomo mi tiempo y mi espacio para preparar una gran bandeja, no sin bocadillos, notaba que mi apetito empezaba a extenderse.



Acomodo todo a mi gusto mientras el agua esta apunto, sirvo todo con suavidad antes de asegurarme de tener todo y emprender camino con la bandeja repleta. Mis pasos son seguros mientras subo las escaleras, mientras avanzo por los pasillos a la gran habitación principal. Veo en silencio la puerta cerrada, antes de tocar con mi pie, nada se escucha del otro lado y seguramente no habrá respuesta alguna, intento apoyar parte de la bandeja en mi brazo cuando uso mi mano para abrir. Dentro todo está casi a oscuras salvo por la luz que entra de las ventanas, era un bonito dia fuera de estos muros.



Ignoro a la persona sentada a los pies de la cama que me mira sorprendida, mientras dejo la bandeja sobre uno de los próximos muebles, antes de girar a inspeccionarla. Dulce era una bonita mujer humana, una bonita madre que ahora tenia la misma aura de tristeza que Dalton.



—No te sorprendas—pido—. Tu habitación da a la calle y te vi desde abajo, cuando nos espiabas apenas llegamos—explico.



—Debí ser más cuidadosa—dice suavemente elevando las comisuras de sus labios—. No deseo que Dalton se preocupe aun más.



—¿No tienes sueño? —pregunto mientras me acerco a la ventana desde cual la vi, alrededor todas las casas estaban vacías y a kilómetros seguramente todos los machos estarían entrenando.



—Estoy cansada—responde sincera—. Pero no puedo dormir.

SuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora