Nuestra luz

930 109 112
                                    

-¿Damian?-repitió la tía Keena, sonaba confusa.

-Sí, Damian, mi compañero.

-¿Un compañero de clases?- la tía Keena miró el reloj en su muñeca-. Por la hora, debería de estar en la escuela, en química ¿Quizás? ¿Estaba contigo en el momento del accidente?

Fruncí el ceño, por un lado, porque no tenía química los jueves, en segundo lugar, porque no podía enmarcar aquella mirada esmeralda dentro de las paredes de un salón de clases. Sí, lo que quedaba de mi memoria me decía a gritos que éramos compañeros; pero no me sonaba que lo hubiese conocido en la escuela. No, definitivamente nadie usaba rojo, verde y amarillo en clases... los uniformes eran del color del cielo.

Entonces ¿Compañeros de qué?

-No-respondí-. No estaba conmigo. Y no vamos a la misma escuela.

-Entonces ¿De qué son compañeros? -vaciló ella-. ¿Danza? ¿Gimnasia? Pensé que esas eran actividades... ya sabes... femeninas...

-Cualquiera puede bailar o hacer una voltereta, tía Keena-resoplé.

Y de inmediato, tuve una sensación cálida en el pecho, sonaba tan normal, riñendo a un adulto como cualquier adolescente de doce años, y según mi catálogo de recuerdos felices, era algo que hacía constantemente, y aun así, la normalidad que experimenté al hacerlo se sentía tan dulce y apacible... como encontrar un tesoro que había estado codiciando durante años.

-El doctor vendrá en unos minutos-anunció mamá entrando al cuarto con dos vasos de café humeante. Le pasó uno a la tía Keena-. ¿De qué conversan?

-Del amiguito de Bea, Darian- respondió la tía Keena tomando el vaso y agradeciéndole con una sonrisa.

-Damian. Se llama Damian - objeté.

Mi madre me lanzó una mirada de escrutinio.

-No tienes ningún amigo llamado Damian- sentenció al cabo de un rato-. Al menos no uno que hayas mencionado antes- aquello último tenía un tono precavido-. ¿Cómo dijiste que era su nombre completo?

-Damian...- empecé a decir y me corté a mí misma. ¿Tenía un segundo nombre? ¿Cuál era su apellido? Mientras más intentaba aferrarme a los restos de memoria más transparentes y diminutos parecían tornarse-. No recuerdo su apellido ahora.

Mi madre y la tía Keena intercambiaron una mirada que parecía ser el resumen de toda una conversación. No necesitaba ser una experta en maternidad para saber que sus instintos sobreprotectores se estaban disparando, no podía culparlas ¿O sí? Por sus caras, estaba mencionando a un desconocido del que no había hablado siquiera una vez en el tiempo que llevábamos juntas.

-¿Dónde lo conociste?- quiso saber la tía Keena, su tono neutro decía que estaba dispuesta a silenciar las alarmas si tenía una buena historia.

Sentí un nudo en el estómago, por un lado, cientos de pensamientos que me sabían superficiales afloraron en mi mente: ¿Y si no me dejan salir con las chicas luego de la escuela los viernes? ¿Y si insisten en llevarme en auto hasta el gimnasio? Todas iban por sus propios medios, no quería ser la niña consentida... y en el fondo de esa oleada de vergüenza, la pregunta de la tía Keena continuaba haciendo eco, ¿Dónde lo conociste?

Aparté todo y volví a aferrarme a la penumbra en mi interior, me sujeté con tantas fuerzas que el dolor atravesando mi cráneo se extendió por mi columna vertebral, y aún así, me resistí a dejarla ir, necesitaba esas respuestas, no entendía el motivo, pero era vital que descubriera dónde lo había conocido.

-¿Bea? – me llamó mi madre-. Bea, cariño. ¡Bea!

Abrí los ojos de golpe, y me encontré con mi madre instándome a mirar el cielo raso mientras sostenía algo contra mi nariz.

Monkeying .vs. Robin (Damian Wayne y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora