39 ─ Unos consejos

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Toqué mi cabeza que me martilleaba y me quejé en voz alta mientras me tapaba con uno de mis brazos ambos ojos para que no entrara el sol de la tarde. ¿Qué me pasaba? Miré mis manos y miré la habitación... Y de golpe estaba en mi antigua alcoba.

Me levanté de la pequeña cama en la que estaba tumbado y empecé a mirar a mi alrededor. Mi ordenador de mesa seguía en su posición, mi alfombra gris seguía al pie de mi cama blanca, en el armario seguían estando los pósters de raperos, coches y chicas -desnudas, por supuesto. En ese momento me di vergüenza a mí mismo e intenté arrancar de cuajo el par de pósters de ese tipo, pero no pude, mi mano traspasó la madera. ¿Qué cojones...?

Un sonido me despistó de mis pensamientos. Escuché como picaban bruscamente en la puerta de casa. Me giré sobre mi eje al escuchar un gruñido. Me vi a mi yo más joven levantándose de la cama. Abrió la puerta de un fuerte empujón y yo lo seguí escaleras abajo.

Detrás de la puerta, aparecieron los tíos a los que les debía pasta. Los tíos que mataron a mi tío.

-Tú, hijo de puta, ¿tienes mi pasta? -mi yo joven apretó la mandíbula y cogió entre sus dedos la pesada y estropeada puerta.

-No te debo ninguna maldita pasta, imbécil -grité como aquel día. ¿Por qué estaba de nuevo aquí? ¿Por qué volvía en un segundo plano?

-Claro que me debes pasta, maldito blanco -sacó una navaja y yo me puse en posición de pelea, pero no pensaba pelear, no era tonto y sabía que si me enfrentaba a todos ellos yo solo, me matarían en un santiamén.

-Oh, miren, el niñito quiere pelea -dijo Samuel mientras aparecía entre todos los demás.

-No quiero pelea, sólo defenderme -mi ceño se frunció al ver a lo lejos a una persona que no vi aquel día, una figura muy deteriorada que hacía mucho tiempo que no podía ver. Alguien que en mi vida era muy importante. Mi tío. Él al verme en esa pelea se quedó parado en la acera y todas las bolsas de la compra se le cayeron de las manos. En ese momento, empujé al que me impedía salir, y corrí hacia la derecha. Sin pensar, sin mirar hacia atrás, sin darle importancia a nada más que a mí mismo, y podría haber sido aquel el problema, que sólo miraba por mí.

-¡Id detrás de él, gilipollas! -gritó Samuel con su voz profunda. Fue entonces cuando a lo lejos se escuchó una voz débil.

-Yo os daré el dinero jóvenes, sólo si dejáis en paz a mi sobrino -mi tío con mucho esfuerzo cruzó la calle.

-¿Y tú eres...? -preguntó Roberto, el segundo jefe. ¿Por qué estaba aquí? ¿Por qué? Sólo estaba viendo a muertos. Mi tío, y los tíos a los que maté hace unos años.

-Yo soy el tío de Justin -se presentó mientras entraba por la puerta de casa y andaba hacia el salón. Yo lo seguí y vi como rompía el jarrón de encima de la mesa y de éste aparecían miles de billetes-. Tomadlo todo y no volváis por aquí -Samuel contó todos los billetes y asintió con la cabeza.

-Está bien, gracias por el dinero, señor -hizo una señal que suelen hacer los militares para despedirse y se fue, cerrando la puerta detrás de él. ¿Qué mierda? Samuel se ha ido, y mi tío sigue vivo.

-¿Cuándo aprenderás, Justin? -se habló a sí mismo y negó con la cabeza mientras recogía los trozos de jarrón de la mesa. Fue hacia la cocina y los tiró a la papelera-. No sé por qué acabaste metido ahí, pero me gustaría que no lo hubieras hecho... -se paró enfrente mío y me miró a los ojos directamente. ¿Él me veía?

-¿Puedes verme? -me sorprendí cuando mi voz salió como si tuviese eco. Mi tío asintió con la cabeza mientras sonreía triste.

-Fui yo quien te mandó a venir Justin -intentó tocar mi cara, pero travesó mi cuerpo y suspiró-. Aunque no pueda tocarte, es una alegría verte.

La silla eléctrica.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora