36 ─ Sabrás lo que duele perder a quien más quieres

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Cerré la puerta de mi coche de un portazo, y enseguida el fuerte sol de Nueva Jersey empezó a dar en mi piel, haciendo que ésta empezara a arder bajo él.

Aspiré el aire, y miré a la casa que tenía enfrente de mí. Una casa grande, blanca totalmente, con un pequeño jardín que daba la bienvenida. Éste estaba adornado con miles de juguetes de niños. Dos columpios se balanceaban con el viento que soplaba, como si dos personas estuvieran columpiándose a la vez, al compás, como solían hacer las dos gemelas.

Se me aceleró el corazón al pensar en una nueva posibilidad. ¿Llegaríamos tarde? ¿Romina habría hecho lo mismo con las dos pequeñas que con Carol? Negué con la cabeza mientras oía como se cerraban las puertas del Range Rover de Jaden.

Puse mis carreras encima de mi cabeza, y empecé a andar hacia la entrada.

Piqué en la puerta de madera oscura. En el interior no se escuchaba ni un alma. Todo estaba silencioso, y por un momento pensé que estarían en algún otro lugar. Esos pensamientos desaparecieron cuando escuché unos débiles pasos al otro lado de la puerta.

Pocos segundos después, una menuda figura apareció. Sheyla se dejó ver en pantalón corto con una sudadera. Sus ojos se veían cansados y rojos gracias al llanto. Debajo de éstos, había una mancha negra, unas grandes ojeras estropeaban sus esmeraldas verdes. Y, aunque no hiciese frío, estaba temblando mientras se abrazaba a sí misma.

De un momento a otro, su cuerpo se enredó con el mío en un abrazo fuerte. La envolví con mis brazos y oí como empezaba a sollozar. Sin soltarla, entré en casa mientras los demás pasaban por detrás mío.

-¿Dónde está Kenny? -pregunté mientras me sentaba al lado de Sheyla en el sofá negro que se encontraba a un lado del salón. Éste estaba lleno de fotos de la familia, sobretodo de las gemelas. Iban desde su nacimiento, hasta la corta edad que tenían ahora. Pero aún así, las dos eran preciosas.

-Está en comisaria, mirando a ver si saben algo sobre la desaparición de las pequeñas... -dijo con una voz cortada mientras con el puño de su camisa secaba las lágrimas que abandonaban sus ojos.

-Vamos a encontrarla Sheyla -levantó su cabeza, mirándome directamente a los ojos-. Ella me quiere a mí, y cuando me tenga, dejara a las pequeñas -mis labios se curvaron en una pequeña sonrisa y oí como lanzaba un pequeño grito.

-¡No! ¡No voy a dejar que te entregues a manos de una loca, Justin! ¡Ni loca! -gritó mientras me zarandeaba por los hombros.

Cogí sus muñecas y las puse en su regazo, haciendo que parase con los movimientos que me estaban mareando.

-Por esta familia, sería capaz de morir Sheyla...

-Además -habló una voz que reconocí como Bella-, por mucho que le digas lo que tiene que hacer, él nunca te hará caso. No le gustan las normas...

-Pero Justin, no puedes morir -su boca hizo un mohín con los labios, aguantando el llanto-. No, tienes una vida... Eres muy joven y... -la silencié con uno de mis dedos. Acaricié su cara y besé su frente.

-Recuerda: no me gusta seguir órdenes -sonreí de lado-. Haré lo que sea que tenga que hacer para que volváis a estar juntos todos. Aún así tenga que morir.

De un momento a otro, oí un sollozo y alguien me pegó en la cabeza, un buen golpe. Me giré para ver a Bella detrás mío con cara de pocos amigos, pero ella no estaba llorando.

Después de mandarme otra mirada de muerte, se dirigió hacia atrás, y en el pasillo de la puerta de la casa, estaba Avery dirigiéndose a la salida. Mi corazón se heló. Mierda.

La silla eléctrica.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora