Capítulo 10

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—¿Es tuyo? —Pregunto, mirando al libro que estaba en su mesita de noche. Me ha llamado la atención porque es el único libro aquí y, además, es Mujercitas, no parece ser muy su estilo.

Se acerca a mí y me quita el libro de las manos.

—Ten, no querrás que te confundan con una asesina serial con esa ropa. —Señala mi blusa y luego me da una que, me imagino, es suya, junto con unos pantalones deportivos blancos, ¿acaso no tiene otra cosa?

Entro al baño y me pongo su ropa, la cual me queda extremadamente grande. El pantalón comienza a resbalarse de mis caderas, así que tengo que amarrar el cordón tan fuerte que casi me corta la circulación.

Salgo del baño y noto que está con la espalda recargada en el escritorio, los brazos cruzados y los ojos perdidos, pensativos. Decido no hablar y sentarme en el borde la cama, dispuesta a tener paciencia. Unos minutos después, habla.

—Las peleas no son lugar para ti, Alyssa. —Dice sin dejar de mirar el suelo, pero unos segundos después, alza la mirada para verme a los ojos. —No es sitio para nadie que no desee salir jodido de ahí.

—¿Por eso vas ahí?, ¿tienes un deseo suicida o algo por el estilo?

Mi voz es seria, pero él suelta una disimulada risa.

—No. Voy ahí porque soy el dueño y debo de ir de vez en cuando para vigilar los ingresos de la barra, de las entradas, de las apuestas. Todo.

—¿Eres dueño de ese lugar? —Pregunto con horror y él asiente. —¿Por qué?

—No todos tenemos a alguien que nos mantenga mientras estudiamos y vamos a desayunar tacos. Algunos tenemos que ganarnos la vida como podamos.

—Yo no veo que la tuya sea tan mala. —Digo mirando a mi alrededor.

—Tal vez ya esté un poco más estable, pero eso es gracias a los negocios que tengo. La casa de fiestas, las peleas, las carreras.

—¿Qué carreras?

Tobías gruñe y esconde su rostro entre sus manos con frustración.

—El punto es, que no deberías ir a lugares con esa pinta, mucho menos sola. Hemos encontrado a personas muertas en los baños por sobredosis.

—Yo no me drogo.

—¡No te van a preguntar! 

Alza la voz y yo doy un respingo, se da cuenta y suspira. Camina hacia a mí y se sienta a mi lado, pero sin mirarme.

—Varias chicas han sido drogadas y violadas ahí, varios chicos han sido asesinados gracias a deudas sin saldar y hay miles de razones más.

—Y, ¿tú no haces nada para evitarlo?

—No puedo controlar a todo el mundo, por más que echamos un ojo cuando podemos, la gente siempre busca la manera de hacer lo que desea.

—¿Por qué boxeas?

Lo piensa dos veces antes de contestar, pero luego lo hace.

—Libera mi estrés, gano un gran porcentaje de las apuestas, me gusta.

—Y, ¿los nombres? Son un poco... raros.

Asiente con la cabeza y ríe.

—En un lugar así es mejor nunca usar tu verdadero nombre, siempre usa un apodo, algo que no tenga nada que ver con algo personal. Y en cuanto a los nombres para boxear, uno no elige algo así, conforme va pasando el tiempo, el público comienza a llamarte de cierta manera. Al final del día es un espectáculo para ellos, así que les damos el gusto de aceptar sus apodos.

—Me parece ridículo. —Sacudo la cabeza. —Disfrutar del sufrimiento de otro.

—Son negocios. Nada más.

—¿Estudias algo? —Pregunto cambiando de tema, intentando averiguar su edad, sus gustos, algo, lo que sea.

—No.

—¿Por qué no?

Suspira y se pone de pie.

—Iré a la cocina a comer algo, ¿quieres?

Sacudo la cabeza y sale de la habitación. Estoy tan cansada que me acuesto en la cama por un segundo, prometiéndome a mí misma que, en cuanto suba, me despediré de él y me iré a casa. Mi padre ya debe de estar más que dormido, además no me pedirá ninguna explicación, pero no quiero abusar, ni con Tobías ni conmigo misma. Lo espero todo lo que puedo, pero mis párpados comienzan a cerrarse por sí solos y, antes de que me dé cuenta, ya estoy dormida.

Enamorada Del DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora