Capítulo 14

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Y ahora sí que logra sacarme una buena carcajada.

—Ay, compañero, lamento decirte que tu plan no ha funcionado muy bien. No le gusto a Chase. Somos amigos.

—Pues lamento arruinar su amistad, pero sí, le gustas.

—Finjamos que sí, ¿por qué querrías molestarlo de esa manera?

—Tenemos asuntos pendientes. —Se encoge de hombros.

Decido dejar pasar el tema, no es de mi incumbencia. Dejamos la caja en medio de los dos y nos dedicamos a comer en silencio, observando el oscuro cielo lleno de estrellas plateadas y uno que otro avión.

Miro a Tobías y parece tan relajado mirando las estrellas, que me pregunto por qué siempre parece tan serio cuando está alrededor de gente.

—¿Qué es lo que más odias en el mundo? —Pregunto, recostándome de lado y apoyando mi cabeza en la palma de mi mano.

—Haces muchas preguntas, ¿no? —Me mira burlón, pero suspira al ver que sigo esperando mi respuesta. —El abandono.

Me lo dice tan serio que puedo sentir el dolor en sus ojos.

—Hay veces que el abandono es inevitable. —Digo mirando al suelo, recordando a mi madre.

Él niega la cabeza.

—No. Me refiero al abandono injustificable, cuando te abandonan sin razón aparente, sin merecértelo. Me refiero al tipo de abandono que te acompaña toda la vida, haciendo que te preguntes el por qué. —Espera unos segundos y luego añade: —Y, ¿tú?, ¿qué es lo que odias más en el mundo?

Suspiro y recuesto mi espalda en el frío suelo, mirando el cielo y pensando en mi respuesta por un buen rato.

—No lo sé.

—¿En serio?, ¿no hay nada que odies?

—No, creo que no. Diría que la muerte, pero aunque la mayoría de las veces es injusta, es lo más inevitable que tenemos.

Se recuesta a mi lado, con el codo en el suelo y su puño sujetando su cabeza. Me mira por unos segundos y luego comienza a bajar lentamente su mano. Sus dedos comienzan a deslizarse sobre mi abdomen que, gracias a la corta blusa, está al desnudo. Mariposas nerviosas comienzan a tropezarse dentro de mi piel y mi respiración reacciona al segundo.

—¿Qué es lo que más amas en el mundo?

Sé la respuesta, pero su contacto ha nublado mi cerebro y tardo unos segundos en poder responder.

—Intento no amar nada. —Mi voz es apenas un susurro, estoy tan concentrada en sus ojos negros y brillantes que mi voz ha sonado torpe.

—¿Por qué no?

Su voz es mucho más grave y ronca ahora, sus ojos están clavados en los míos y, si tuviera con qué, podría fácilmente cortar la tensión que de pronto ha aparecido entre los dos.

—Porque nada es para siempre. —Respondo como puedo y, después de unos segundos de silencio, pregunto: —¿Qué es lo que más amas en el mundo?

Niega con la cabeza antes de responder:

—El amor es la forma más estúpida de suicidarse.

Ahora sus dedos están jugando con el borde de mis shorts y no soy capaz de pensar en nada coherente. Lentamente, acerca su rostro al mío y deposita un húmedo y duradero beso en mi cuello. Eso lo ha hecho a propósito.

—Deberíamos irnos. —Susurra en mi oído.

Nos quedamos unos segundos así, mirándonos en silencio, con las respiraciones agitadas y leyendo los pensamientos e intenciones del otro. Se acerca aún más a mí y, cuando sus labios están a una respiración de los míos, digo:

—Deberíamos.

Me pongo de pie y me sacudo la parte trasera de mis shorts con las manos, lo escucho reír a mis espaldas y sonrío victoriosa.

Esta vez bajo las escaleras yo sola y lo hago con él detrás, pues sé que el movimiento de mis piernas le dejará una buena vista. Me ha provocado a propósito, veremos quién cae primero.

Estando en la motocicleta, ya de regreso a la fiesta, me inclino hacia delante y comienzo a deslizar mis manos por debajo de su chaqueta y a sentir su caliente piel. Una en cada extremo de su cintura, lentamente hasta llegar a su abdomen y entrelazar mis dedos. Por el retrovisor observo como inclina la cabeza hacia abajo, mira mis manos y se forma una sonrisa en su rostro mientras niega con la cabeza, captando mis intenciones.

Se estaciona frente al camino de piedra que lleva hacia la casa y yo desenredo mis brazos de su cuerpo y me bajo.

—Gracias por la cena. —Digo coqueta.

Comienzo a caminar rumbo a la casa, pero me toma del brazo y me da una vuelta tan rápida que me estrello contra su pecho, pero no me muevo, negándome a dejar que me intimide, pero sé que mi respiración me delata.

Me mira unos segundos a los ojos y dice:

—No comiences un juego que no vas a poder ganar. —Su tono de voz es serio, pero sus ojos brillan y me dicen que sus palabras son muy diferentes a sus deseos.

—No estés muy seguro, guapo. Recuerda quién ganó la última vez que jugamos.

Le guiño el ojo y comienzo a caminar hacia la casa meneando las caderas. ¿Quiere jugar? Veremos quién pierde.

Enamorada Del DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora