Capítulo 9

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Tamara.












Los domingos para mí siempre han sido sagrados desde que comencé con mi vida laboral, nada ha cambiado y supongo que jamás cambiará. Llegar un sábado por la mañana completamente destruida, adolorida y oliendo extraño no fue algo divertido. Ayer no tenía ganas de discutir o pensar en mi pudor que quedó en el suelo cuando dejé que los Russell me vieran el coño depilado.

No he salido de mi recámara desde ayer, porque cada vez que lo recuerdo siento la vergüenza subir por todo mi cuerpo hasta llegar a mis mejillas y teñirlas de rojo. Quiero retroceder el tiempo y obligarme a subir a mi habitación en lugar de arrojarme sobre ese sofá. Es tan vergonzoso. ¿Cómo mierda los voy a mirar a los ojos?

Mi estómago ruge, necesito comer algo. Cuando miro el reloj y noto que son las diez de la mañana entiendo porque sería capaz de comerme una vaca entera. Me bañé, me cepillé y ahora me observo más decente cuando veo mi reflejo en el espejo.

Me paro frente a mi puerta y aun puedo escuchar claramente a dos de ellos gritarme que me miran el culo cuando Blake me trajo a mi habitación.

¿En serio, Tamara? ¿Por qué les mostré el trasero?

Mi estómago cruje de nuevo, el hambre me obliga a dejar toda la vergüenza de lado. Abro la puerta y me encuentro con los ojos negros de Bastián, me sorprendo tanto que cierro la puerta de nuevo colocando el seguro.

No digo nada y recargo mi espalda sobre la puerta. La vergüenza no se fue, la siento de nuevo.

—Tamara—intenta abrir la puerta—. Abre, debemos hablar.

Me quedo en silencio con la esperanza de que se irá lejos. Hago una mueca cuando caigo en cuenta que no se irán a ningún lado, es su día libre también, los tendré que enfrentar sí o sí.

—¿No tienes hambre? —pregunta sereno.

¡Si, mierda, si tengo hambre!

—No—respondo en lamento.

—¿De verdad? No comiste todo un día y la pasaste vomitando—cierro los ojos con más vergüenza aún. ¿Por qué escuchó eso? ¿Acaso tuvo la oreja pegada a la puerta toda la noche? —. Te hará daño. Abre.

—De acuerdo, si tengo hambre, pero no quiero verlos—confieso.

—¿Por qué? ¿Hicimos algo para molestarte? Abre, por favor—sigue intentando abrir la puerta.

Hay un silencio por parte de ambos, él deja la puerta en paz y yo me debato en decir la verdad o mentir de nuevo, aunque no se si funcionará. Yo muero de hambre y creo que es mejor decir lo que siento en estos momentos. Entonces hablo:

—Me muero de pena, ustedes vieron partes de mi cuerpo que son privadas. No quiero verlos, Bastián.

—Entiendo. ¿Te sentiste violentada?

—No, solo siento vergüenza.

—No tienes porqué, tú también nos has visto —me giro a mirar la puerta sin entender a qué se refiere—. El primer día que llegaste nosotros bajamos nuestros pantalones y viste sin pudor nuestra hombría.

—Es que son enormes... bueno ante mis ojos si y...—cubrí mi boca cuando escuché su risa ronca.

—Abre pecosa, mírame a los ojos, no será tan malo.

—Olvídalo.

—Está bien, te prometo que no hablaremos de eso jamás, no haremos que te sientas incómoda. ¿Está bien? Anda, abre.

Tamara Por Tres.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora