Capítulo 35

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Tamara.










Dos semanas después...












—¿Estás embarazada?—lo miré con rapidez ante su estúpida pregunta.

La tensión se volvió rígida y pesada. Gabriel exageró con su pregunta sin sentido. Lo peor de todo esto fue la tensión evidente en el cuerpo de Jake que estaba a mi lado. El pelinegro Russell se atragantó con el sorbo de café y comenzó a toser dejando ver lo incomodó que esto resultó.

—Sería interesante. ¿Quién será el padre? El del ascensor, el de la oficina o el imbécil que está a tu lado—lo dejé seguir con sus estúpidas suposiciones.

En un intento de querer comprender a la nuez que tiene por cerebro quise averiguar porque la ardilla de su cabeza no giraba con normalidad. Así que guardé silencio y continúe desayunando.

—¿Por qué lo supones?—Jake preguntó mirándolo fijamente. Serio, muy serio dejando en claro que le interesa el tema. Bueno, si en cierta forma cree lo que Gabriel dijo, entiendo que tenga dudas.

—No ha menstruado desde que llegó—sonreí.

Continúe en silencio...

—¿Cómo lo sabes?

—Las compras llegan por semana y jamás he visto toallas sanitarias—continúa sonriendo—. Tamara no ha menstruado—estúpido.

—Tamara...

—Si que eres estúpido—hablé antes de que Jake comenzara a cuestionarme por esta estupidez—no necesito de toallas sanitarias, porque utilizo copa menstrual, estúpido. Además, no veo la necesidad de informarte cuando estoy menstruando. Este tema no debe importarte mucho—Jake se hecho a reír, burlándose de Gabriel.

Hoy eran de esos días en lo que la más mínima estupidez podía romper todo en pedazos. Precisamente tenía unos cólicos del infierno y un malestar horrible en los pechos. Odiaba los días así, odiaba la menstruación y a los hombres como Gabriel. Estúpidos e imbéciles.

Ni siquiera un té me ayudaba esta vez, todo estaba de la mierda y solo quería estar en mi cama, comer todo el jodido día y posiblemente llorar. Suspiré relajando la tensión de mi cuerpo.

Me levanté de la silla sin decir nada y me fui de la mesa lejos de ellos dos. Arrastré los pies con pereza, subiendo escalón por escalón. ¿Por qué mi padre me trajo a una casa con escaleras? ¿Por qué los hombres respiran? ¿Por qué Gabriel es un estúpido? ¿Por qué Jake es tan sexi? Preguntas estúpidas que me llevé a la cama. Me dejé caer en el suave colchón y cubrí mi cara con una almohada suave. Tenía frío, todo estaba frio. Además de escalofríos horribles.

Hoy no quería pelear con nadie, no deseaba mirar a nadie. Eso pensaba hasta que la puerta se abrió, escuché los pasos que se detuvieron al borde de mi cama.

—Zanahoria—mi hombre sexi—. Estás menstruando ¿cierto?

Moví unos centímetros la almohada de mi cara descubriendo un solo ojo. Ahí estaba él, de pie, apoyándose con un bastón, con los moretes de la cara casi invisibles. Dos semanas bastaron para que se recuperara, pero aún le costaba trabajo caminar con libertad.

Que perfecto.

—No tienes que pasar por esto sola, puedo aliviar tu dolor. Lo sabes—sonrió—. ¿Te duelen los pechos?—asentí—. Pobre de mí rojita. ¿Quieres que masajee tus pechos?

Por un momento lo pensé, porque además de los malestares me sentía jodidamente caliente. Excitada en medio de un sangrado poco abundante y tenerlo a él tocando mis pechos aliviaría el dolor, es verdad, pero también haría mojar mis bragas.

Tamara Por Tres.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora