Disco Cuarenta y Siete: Escapar

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Cuando pensaba en aquella noche aún me recorría un escalofrío. No se si fue el acto irresponsable de hacer el amor en público o las palabras que Harry dijo. Todo fue como un sueño, y así se quedó. En una bruma lejana de pasión y amor. 

Al volver a casa tuvimos que seguir fingiendo, añadiendo mentiras y ocultando todo lo que pasaba a nuestro alrededor. Una parte de mí se rompía cada vez que el castaño fingía miradas condescendientes o simulaba ignorar lo que yo decía. Sólo para que nadie se diese cuenta de lo mucho que nos importábamos. Sólo para aumentar una mentira que tarde o temprano iba a explotar delante de nuestras narices. 

Ojalá hubiese podido alargar un poco más aquella amarga pero dulce mentira un poco más. 

No obstante, Harry siempre estaba ahí, apoyándome y dándome ánimos, porque según él, en Londres íbamos a poder estar juntos. Así que hicimos un esfuerzo por apartar todas las incógnitas y riesgos que nuestra relación conllevaba, para concentrarnos en Londres. 

Es cierto que no empezamos muy bien, porque tuvimos que volar en aviones separados. El desconocido frío de Londres ya le estaba empezando a pasar factura a mi mente y a mi corazón. Todos los pensamientos se arremolinaban en mi mente y una sensación de que algo iba mal inundaba mi cuerpo. 

Decidí que no iba a quedarme quieta mientras mi sistema se llenaba de miedo e inseguridad, así que me levanté para dirigirme a la cafetería del aeropuerto. 19:48. A Harry le faltaban aún veinte minutos para aterrizar pero el coche ya estaba aquí. El plan era que yo debía estar dentro del coche a las ocho en punto, por si algún paparazzi veía a Harry, yo ya estuviese "oculta". Me sorprendió lo astuto que es el castaño para este tipo de artimañas. Supongo que la práctica hace al maestro. 

—¿Qué desea? 

—Un café con leche para llevar por favor. 

La pobre chica de la cafetería tenía muchas ojeras y arrastraba los pies por el suelo de la cafetería mientras preparaba mi café. Un pinchazo de culpabilidad me invadió y de pronto, me sentí afortunada. De tener el trabajo que tenía y de tener la vida que empezaba a tener. 

—¿Un día largo? —le pregunté.

—Una semana larga.

De pronto, una niña pequeña con dos coletas rubias apareció detrás de la barra.

—¡Amanda! Te he dicho que te quedes en la cocina, por favor, hija, pónmelo más fácil —dijo la joven con tono autoritario. 

No sabía qué edad tenía, pero era mucho más joven que yo y ya tenía una niña. No quería prejuzgar a nadie, pero la aparición de la niña me hizo saber que la joven luchaba con más de lo que parecía. 

En la cafetería no había nadie, así que decidí intervenir. 

—No hay nadie, y a mi no me molesta. ¡Hola, Amanda! ¿Quieres algo de merendar? 

La niña sonrió rápidamente y atravesó la barra para mirarme. 

—¿Has probado los croissants de mi madre? ¡Son los mejores del mundo!

—¿Ah, sí? No lo sabía. ¿Me puedes poner dos, por favor? 

La joven suspiró y comenzó a prepararlos mientras yo senté a la niña en la barra a mi lado. 

—Hablas raro —me dijo. 

—¿Yo? Será porque no soy de aquí. 

—¿Y de dónde eres?

—Amanda, no seas pesada —le rechistó la madre.

—No me molesta. Soy de América, Amanda. ¿Tu eres de Londres?

Our Song | Harry StylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora