XI. La sospecha

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21 de agosto

Solo existen dos motivos por los que la armonía en nuestra casa se rompe: la mentira y no cumplir con nuestras responsabilidades. Os podéis imaginar porque estoy aquí sentada frente a mis padres. Ayer logré escaquearme de la conversación, pero esta mañana me han acorralado.

Cuando me ocurría esto en Milán, Chiara solía ayudarme en la invención de una mentira creíble, pero aquí no iba a ser tan fácil. Pero antes de confesar nada, quería saber que es lo que ellos sabían, así podría improvisar sobre la marcha. Disimulando y restando importancia a sus caras serias les dije:

-¿Qué os pasa? Desde ayer lleváis unas caras.

-Valentina, no pretendas engañarnos. Queremos que seas sincera y nos expliques porque volviste a las 8 de la mañana a casa. ¿Dónde estuviste?

Reacciona, Valentina. Piensa rápido. Deseaba que Chiara estuviese al otro lado del teléfono, pero tendría que salir yo solita adelante.

-A ver, es algo difícil de explicar. Por la noche discutí con Marco y no podía dormir. Antes de que amaneciera vi al vecino salir a pasear y decidí encontrarme con él. Luego, fuimos a su jardín y estuve enseñándole palabras en italiano.

Madre mía, la estás cagando. Pero ve hasta el final con la mentira.

-No me importaría darle clases, la verdad.

Mis padres se miraron atónitos. No sé bien qué significaba esa cara, pero nada bueno porque no los veía así desde hace tiempo. Con la mudanza no habían reparado mucho en lo que yo había hecho o dejado de hacer los últimos meses.

-Valentina, no puedes irte en medio de la madrugada con un desconocido. ¿Y si es un psicópata?

Madonna! Os recuerdo que es el vecino que nos hizo un regalo de bienvenida.

Nominados al premio de padres intensitos.

-Hija, no lo conocemos de nada. No es normal que te quedes en su casa y menos con la edad que tienes.

No lo conoceréis vosotros, pensaba mentalmente. Aunque esa afirmación me provocó una inquietud ¿Lo conocía de verdad?

-Es la única persona que me ha recibido aquí, creo que hay que darle un voto de confianza, pero sí no queréis, no me acercaré más. Vuestros deseos son órdenes.

Mis padres comenzaron su gran discurso de la responsabilidad, la confianza y el peligro de estar sola con chicos. Bla bla bla. Cuando acabaron yo hacía tiempo que había desconectado. Subí a mi habitación y sentí un poco de impotencia. Si mi única salvación del verano era el vecino, ¿qué iba a hacer ahora?

Me pase todo el día en mi habitación. Mientras escuchaba música, me imaginaba cómo sería tener a Pedri aquí. Volver a besarlo, sentir sus manos sobre mí. Volver a susurrarle al oído. Había vuelto a despertar una Valentina que llevaba dormida unos cuantos meses. Y mis padres tienen que venir con la charla.

Por la tarde, subí el caballete, los lienzos y las pinturas y me pasé la tarde haciendo pruebas de color, no logré el tono de azul turquesa que tanto me gustaba, pero hice buenas combinaciones. Luego, aboceté el cuadro. Al principio iba a ser una imagen de mi antigua casa, pero finalmente dibujé la piscina del vecino. Era de los pocos lugares donde volví a sentirme yo misma.

22 de agosto

Ni ayer ni hoy he recibido noticias de Pedri. Tampoco lo he visto. Esa ausencia me despierta la inseguridad de si lo conozco realmente. Para despejar la mente, seguí dibujando y pintando. Me olvidaba del mundo cuando lo hacía. Mis padres me llamaron para cenar.

-Valentina, la próxima semana ya podremos disfrutar de la piscina, hemos contactado con una empresa que vendrá a rematar el trabajo pendiente.

Asentí con la cabeza, pero no quise extenderme en la contestación. En cuanto acabé de cenar, me dirigía a mi habitación cuando mi madre me detuvo en seco:

-Espera un momento, hija. He pensado que mañana podríamos ir a mirar ropa de entretiempo. Ahora que se acerca el inicio del curso, necesitarás ropa nueva.

Mi madre odia ir a comprar, pero sabe que es una buena forma para conseguir que me desahogue.

-Vale, mamma.

Proseguí mi camino y subí a mi habitación. De vuelta a la guarida otra vez. No me apetecía ni consultar el teléfono. Escuché un ruido en la calle y me asomé. Varias personas estaban rodeando la entrada de casa del vecino.

¿Qué es esto? A los quince minutos vi como las dos furgonetas llegaban a casa y él bajó en la puerta. Aquellas personas le pidieron fotos y después se marcharon. ¿Era famoso? Mi confianza sobre lo que lo sabía de él se tambaleó por momentos. A ver, Valentina. Racionaliza. Si se hacen fotos con él es porque lo conocen, pero no tiene porque ser estrictamente famoso. Entonces empecé a cuestionarme cuál sería su trabajo.

Sobre las dos de la mañana escuché cómo alguien se lanzó a la piscina. Con la luz apagada, espié para ver quién era. Pedri nadaba en silencio. Cuando se sentó, miró hacia mi ventana.

 ¿Me echaría de menos?

La clave (Pedri González) [Parte 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora