XIII. La primera lección

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24 de agosto

Estuve parte de la mañana intentando asimilar que mis padres hubieran aceptado la propuesta de Pedri. En un momento, estuve repasando la conversación que tuve con mi madre el día anterior en el centro comercial. Como siempre, mi madre comenzó a darme el sermón de la responsabilidad y la adolescencia, pero yo en vez de asentir y callar como siempre, le solté todo lo que llevaba dentro. La tristeza por venirme a España dejando una vida en Milán con mis amigas, el dolor por la ruptura con Marco y la ansiedad por su comportamiento actual. Le intenté explicar que necesitaba tiempo para procesarlo todo y que conocer a alguien nuevo cercano a mi edad era mi vía de escape.

Nada me da miedo en esta vida excepto las arañas y mi madre enfadada. Cuando terminé de hablar, esperaba una buena bronca, pero en cambio recibí comprensión. Y eso me sorprendió. No es que mi madre fuera maléfica, no quiero que la veáis así. Pero siempre he vivido en el papel de hija perfecta. Con cinco años tenía más actividades extraescolares de las que un niño puede soportar. Su educación ha sido estricta y, en parte, les doy gracias por ello. Pero todo tiene su límite. Volviendo en el coche, retomamos la conversación y le comenté que conocer al vecino me había dado esperanza de que podía superar todo lo malo. Mi madre lo entendió y me insistió en que cuando empezara el curso escolar, todo iría mucho mejor.

En fin, antes de empezar las clases tenía unos días por delante para disfrutar de esas "clases". Cogí el móvil y le escribí a Pedri:

Buenos días, vecino. ¿A qué hora quedamos hoy?

A los pocos minutos recibí una respuesta:

Buenos días, vecinita. A las 6 en mi piscina. Trae toalla y pijama. ;)

Madre mía. ¿No podían ser las 6 YA? Me lo imaginé escribiendo eso y riéndose sabiendo el efecto que iba a provocar en mí. Bajé a tomar el sol y hacer estiramientos. Echaba de menos mis clases de bádminton. Después de comer, me duché y estuve probando de nuevo los bikinis que tenía. Definitivamente el azul claro era el que mejor me quedaba. Así que luego cogí mi mochila de clase y puse el pijama negro de seda que reservaba para ocasiones especiales y las braguitas a conjunto.

Para nada planeado, Valentina.

Luego, cogí la toalla de playa, mi libreta del diario y dos bolis. Nunca se sabe.

Miré el reloj y solo quedaban diez minutos así que me puse un vestido básico gris. Fui al baño y me maquillé un poco, polvos y rímel. Y cuando quedaban cinco minutos salí hacia allí. Cuando llegué a su casa y toque al timbre, la puerta se abrió automáticamente y cuando entré vi a Pedri dentro de la piscina.

Bien, Valentina. Pedri me seguía con la mirada y sonreía, pero no decía nada. Fui a dejar las cosas en la hamaca y tardé un poco en quitarme el vestido.

-Vecinita, ¿voy a tener que salir a por ti?

Me giré a mirarlo.

-Gracias, puedo hacerlo yo.

Me acerqué a la piscina y me senté en los escalones.

-¿Y qué mas cosas sabes hacer?

-Te sorprenderías.

Pedri se fue acercando hasta mí y abrió mis piernas para poder acercarse más.

-¿Todo lo haces tan fácil?

Le miré fijamente a los ojos, él agachó la cabeza y me rodeó con sus brazos.

-Casi todo. ¿No hay beso de bienvenida?

-Yo venía a unas clases de italiano ¿Recuerdas?

-Ah, sí... A ver, déjame que me acuerde...

Se acercó más y aprovechó para ir dejando besos en mi cuello. Joder, joder, joder. Luego, se acercó a mi oído y me dijo:

La clave (Pedri González) [Parte 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora