TERMINAL A5

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Nueva York (JFK) —> Dubái (DXB)

ADRIEN

—¿Está seguro de que desea cancelar los servicios de limpieza, señor Graham? —El gerente parecía confuso—. ¿Incluso después de que hayamos llegado a la conclusión de que no está ocurriendo nada extraño?

—Exacto. —Colgué y me serví un trago de bourbon, el cuarto que me tomaba desde que había escoltado a Marinette fuera del edificio. Me lo bebí de golpe y apreté los dientes cuando el licor me quemó la garganta al bajar.

Todavía trataba de averiguar qué coño había pasado esta noche. ¿Cómo un simple rollo de una noche se había convertido en una adaptación moderna del cuento de Ricitos de Oro y los tres osos? En el momento en el que se fue, había atravesado todas las habitaciones del apartamento, tratando de entender cómo era posible que no hubiera visto las señales. ¿Por qué había culpado de todo a un equipo en vez de a una sola persona?

La primera vez que vi las latas de Coca-Cola giradas hace unos meses, asumí que había sido yo quien lo había hecho, jugando sin darme cuenta. Pero cuando regresé de un vuelo internacional una semana después, me di cuenta de que las latas estaban dispuestas formando pequeñas pirámides, algo que yo nunca tendría paciencia de hacer.

Incluso instalé un pequeño sistema de seguridad interior después de eso, una serie de sensores de movimiento que se suponía que enviarían avisos a mi móvil si entraba alguien cuando yo no estaba, pero solo había percibido un espacio tranquilo y vacío. Sin embargo, hacía unas horas me había dado cuenta de que mi «intruso» había hackeado mi sistema para que se ejecutara en bucle.

Esta misma mañana me había encontrado unas zapatillas blancas de algodón debajo del fregadero, un tanga de encaje negro enredado en el tambor de la lavadora y una taza de café rosa escondida en el fondo de una alacena. En el momento en el que vi una botella de champú escondida en la repisa de la ducha, me dije a mí mismo que hablaría con el responsable la semana próxima para que viera todo lo que ocurría por sí mismo.

Es decir, hasta esta noche.

Después de ver a Marinette sujetándose a la estantería mientras la follaba desde atrás, agarrándola por el pelo con el puño, esa esencia a fresa que frecuentemente inundaba mi espacio tenía por fin sentido.

Era lo único que permanecía aquí de ella, no importaba lo mucho que intentara eliminar ese olor. A pesar de airear para que se disipara, se había adherido a todas las almohadas y sábanas. Estaba tan profundamente arraigado en la tela que había olido indicios de él durante semanas.

No estaba seguro de sentirme aliviado de que el intruso no fuera un vecino que prefería las vistas de mi apartamento a las del suyo, o molesto porque se tratara de una seductora asistenta que consideraba que lo que hacía era digno de mi agradecimiento.

No podía dejar de recordar sus perfectos y rosados labios apretados en una línea mientras repetía la palabra «gracias» con irritación, no podía dejar de ver la forma en la que sus profundos ojos azules me miraban cuando bajábamos en el ascensor desde la fiesta en la terraza.

«Ni la forma en la que gritó cuando la tenía inmovilizada contra el suelo...».

Antes de que pudiera llamar al encargado de la empresa de limpieza para decirle que había cambiado de opinión sobre prescindir de sus servicios, el contestador automático lanzó un sonoro pitido.

—Bienvenido a casa —dijo—. Tiene tres mensajes nuevos. Por favor, diga la contraseña.

—No.

—Por favor, repita la contraseña.

—He dicho no.

—Lo siento. Esa no es la contraseña. Por favor, repita la contraseña.

Eres mi AnomalíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora