TERMINAL B10

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En el aire> Londres (HTW)

ADRIEN

Había oído un montón de estupideces en mi vida, pero «solo te acostarías conmigo» podía ser la mayor de todas.

Me quedé mirando por el cristal de la cabina, preguntándome por qué demonios esta mujer, a la que apenas conocía, tenía aquel tipo de efecto en mí. En dos ocasiones, después de alejarme de ella, cuando me había aventurado en la cabina del pasaje para ir al cuarto de baño, la sorprendí sonriendo y entreteniendo a un pasajero. Parecía un ejecutivo de Wall Street.

El idiota del asiento 3A bromeó con ella sobre «El club de la milla». Ella se rio con él, pero me di cuenta de que no era una risa sincera, que no estaba mintiendo cuando le dijo que nunca había mantenido relaciones sexuales en un avión. El color en sus mejillas la delataba.

El imbécil del 4C le besó la mano después de que le llevara una copa de vino. Luego volvió a tocarla mientras coqueteaba con ella por lo menos tres minutos. (Sí, joder, los conté).

Estuve a punto de acercarme a él y decirle algo, pero recuperé el sentido en el último minuto y regresé a la cabina de mando, prometiéndome a mí mismo que me quedaría allí durante el resto del vuelo.

Que me pidiera que fuéramos monógamos me parecía injusto y completamente irreal, pero mientras cruzábamos otro cúmulo de nubes, tuve la certeza, por un instante, de que una disposición así podría funcionar. Al menos de forma temporal.

Sí, me había resultado imposible quedar con las mujeres de mi lista de contactos durante semanas, pero no esperaba que esa situación durara para siempre. Antes de toparme con Marinette en el Sky-Link, una mujer me estaba enviando mensajes de texto desde Londres contándome lo desesperadamente que necesitaba tener sexo conmigo, pero insistía en que antes debía tener una cita de verdad. Llevarla a cenar y eso.

Todavía no le había respondido, porque sabía que, si accedía, ella querría otra. Entonces no habría escapatoria: «Estoy pensando en ti». «¿Qué estás haciendo?». Recibiría mensajes de texto a altas horas de la noche y, en última instancia, una conversación sobre todo lo demás. Siempre que terminaba con una mujer era porque ella quería algo más. Por eso estaba bien el sexo casual; no había necesidad de ser coherente con nadie. No era necesario que pareciera una relación.

No podía seguir pensando en la condición que me había puesto Marinette.

«Tienes que quitarte a esa chica de la cabeza...».

Eres mi AnomalíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora