Nueva York (JFK)
MARINETTE
Las dominantes palabras de Adrien resonaban en mi mente por enésima vez mientras hacía vibrar mi hinchado clítoris con los dedos, buscando un orgasmo por tercera vez desde la noche que follamos. Los pezones se me endurecieron cuando una corriente de frío aire nocturno los acarició, así que subí la manta para cubrirme y me di la vuelta. Apreté la almohada con fuerza mientras volvía a recordar cómo me había poseído Adrien, pero justo cuando estaba a punto de revivir mentalmente esa noche, mi móvil se puso a sonar en la mesilla de noche.
No me molesté en mirar quién era. Lo busqué a tientas con la mano y apreté el botón lateral para silenciarlo.
Unos minutos después volvió a pitar, rompiendo el silencio una vez más. Gemí y lo silencié una vez más. Volvió a sonar, todavía más fuerte, y me obligué a echar un vistazo a la pantalla. Era un número desconocido.
—¿Diga? —Ni siquiera intenté ocultar la irritación.
—¿Por qué no está ya en el aeropuerto, señorita Dupain-Cheng?
—¿Qué? —Me senté de golpe—. ¿Con quién estoy hablando?
—Soy la programadora de vuelos de Agreste Air —susurró ella —. Y a menos que este no sea el número de Marinette Dupain-Cheng, y estoy segura de que lo es, debe responderme. Ahora. ¿Por qué no está ya en el aeropuerto?
—No estoy porque... —Encendí la luz de la lámpara y miré el despertador. Ni siquiera eran las cinco de la mañana—. No tengo un vuelo hasta el jueves. Un turno a Filadelfia y luego al Reagan International.
—No, ha sido convocada antes —me interrumpió—. Para una reunión muy importante. Le hemos enviado dos mensajes de correo electrónico este fin de semana, le hemos mandado un aviso a través de su perfil de empleada de Agreste y le hemos dejado un mensaje de voz en el contestador con el cambio.
Tragué saliva. Había considerado que los correos electrónicos eran solo actualizaciones y los eliminé en cuanto aparecieron en la bandeja de entrada. Empecé a barajar posibles excusas para explicar por qué no los había leído, escuchado o comprobado durante todo el fin de semana, pero se me adelantó la mujer que había al otro lado de la línea.
—Tiene una hora para llegar al JFK —dijo—. Preséntese uniformada en la sala de conferencias de la terminal seis. — Colgó sin añadir nada más.
Cincuenta minutos después, me abrí paso hacia la parte delantera del autobús y casi choqué con una familia de cuatro miembros para intentar entrar en el aeropuerto. Me dirigí directamente al filtro de seguridad y mostré mi placa a los agentes de la TSA, que me dejaron pasar.
«Por favor, que no sea demasiado tarde. Por favor, que no sea demasiado tarde...».
Corrí a través de la terminal, ajustándome el pañuelo al cuello cada dos por tres, contando frenéticamente los segundos en mi mente. Cuando llegué a la sala de conferencias, faltaba un minuto para la hora.
Había al menos veinte asistentes de vuelo más en el interior, todas vestidas con el uniforme de Agreste Airways, con chaquetas y faldas azul marino. Todas tenían los labios pintados en el mismo tono rojo Chanel, y los moños perfectamente peinados, un poco ladeados a la derecha. En las muñecas de cada una brillaba la pulsera oficial con el anagrama de la empresa: una mariposa blanca con morado en un círculo.
Vi un asiento vacío cerca del fondo de la habitación y me dirigí hacia él. Antes de que pudiera preguntarle a la chica sentada a mi lado si la habían llamado esta mañana, se abrió la puerta y entró una preciosa mujer japones.
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Eres mi Anomalía
Random¿Cuántas veces me vas a hacer arder? Tres, cuatro, cinco, quizá diez... ¿Soy yo quien te hace arder a ti? Sí, esto tiene que terminar. Si eres tú quien se aleja primero, seguiré tu ejemplo. Ya te lo he dicho antes y, sin embargo, nunca me marcho... ...