Nueva York (JFK)
MARINETTE
Vivía en Brooklyn, en una casa de piedra rojiza bastante vieja situada entre dos calles muy transitadas, en la que había cuatro apartamentos. La puerta principal estaba deformada por la falta de mantenimiento del dueño y señor de aquellos bajos fondos. Los escalones de acceso estaban agrietados y desgastados; las ventanas eran de tan baja calidad que durante los meses de invierno permitían el paso de las brutales ráfagas de aire tan frecuentes en la ciudad. Sin embargo, a pesar de sus muchas desventajas, había una característica sorprendente en esa deteriorada casa de piedra rojiza: mi dormitorio poseía una enorme ventana con fácil acceso a una escalera de incendios de hierro negro.
Subí con cuidado los escalones en mal estado de la entrada, accioné la manilla de la puerta un par de veces hasta que se abrió y luego subí corriendo los cuatro tramos de escaleras, levantando polvo a cada paso.
En cuanto abrí la puerta del apartamento, me recibió la gran variedad de globos blancos y azules que flotaban en el salón acompañada de un letrero que ponía:
«¡Feliz cumpleaños, Marinette!».
Sonriendo, me acerqué a la caja de regalo envuelta en papel de plata que había encima de la mesa de la cocina y levanté la tapa. En el interior había una tarjeta escrita a mano.
«Estimada Marinette:
Necesito que primero veas los regalos que hay dentro de esta caja.
A continuación, lee la nota que hay prendida en los globos, en el fregadero. ¡Te quiero!
¡Feliz cumpleaños!
La mejor (y más fantástica) compañera de piso que tendrás nunca: Alya».
Dejé la tarjeta boca abajo y saqué el primer elemento de la caja. Se trataba de un vestido corto de color rojo, con un solo tirante, de Diane von Furstenberg. Era tan corto que me dio la impresión de que apenas me cubriría los muslos. Debajo había unas resplandecientes sandalias plateadas de Jimmy Choo. Más abajo, vi cuatro botellas de vino blanco, y entre ellas había una pulsera tipo Pandora con un adorno de Nueva York y otro de un taxi.
Me acerqué al fregadero y abrí una nota más grande, pero antes de que pudiera leer la primera frase, me llegó un fuerte sonido de golpes a través de las paredes.
¡Toc! ¡Toc! ¡TOC!
—¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! —gritó Alya—. ¡Oh,
Diooooos! ¡Sí! ¡Sí! ¡Síiiii!
¡Toc! ¡Toc! ¡TOC!
—Claro que sí, nena —gruñó una voz profunda—. Claro que sí.
El sonido de piel contra piel y de labios húmedos buscándose una y otra vez inundaba el pasillo. La pared que separaba su habitación de la cocina retumbó en varias ocasiones más y las endebles tablas del suelo crujían con cada golpe de la cama.
Dejé la tarjeta de cumpleaños cuando los gemidos y golpes en la pared se hicieron ensordecedores. Tomé asiento ante la barra de separación, me preparé una taza de café y abrí el correo electrónico.
Remitente: Claude
Asunto: ¡Abre este mensaje! Eres la que más tiene que perder...
Remitente: Claude
Asunto: Quiero que leas este mensaje, Marinette. Debemos estar juntos
Remitente: Harry Potter
Asunto: ¡¡Viaje gratis a Orlando en el interior!!
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Eres mi Anomalía
Acak¿Cuántas veces me vas a hacer arder? Tres, cuatro, cinco, quizá diez... ¿Soy yo quien te hace arder a ti? Sí, esto tiene que terminar. Si eres tú quien se aleja primero, seguiré tu ejemplo. Ya te lo he dicho antes y, sin embargo, nunca me marcho... ...