TERMINAL A3

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Nueva York (JFK)

MARINETTE

EN LA ACTUALIDAD

«Creo que odio mi vida...».

—¡Que pasen un buen día en Nueva York! —Sonreí mientras los pasajeros de primera clase pasaban junto a mí y se bajaban del avión—. Muchas gracias por volar con Agreste Airways. ¡Disfruten de la Gran Manzana!

—Esperamos que hayan disfrutado volando con nosotros. — Rose, la otra asistente de a bordo, se unió a mí en las despedidas—. Ha sido un placer estar en su compañía.

Algunos días, llegaba a creerme las alegres palabras que salían de mi boca cuando tomábamos tierra, pero este no era uno de esos días. A pesar de que todos los pasajeros de este vuelo habían sido bastante educados, el viaje no era más que una repetición de todos los realizados durante el último año. Un recordatorio de que no era una verdadera asistente de vuelo, que todavía estaba en la reserva. Aún trataba de averiguar cuándo se harían realidad para mí las promesas que aparecían en la revista mensual de los empleados de la aerolínea.

Cada tercer domingo de mes, puntual como un reloj, la revista How we fly llegaba a mi buzón, burlándose de mí con promesas rotas y bonitas fotografías, recordándome todas las razones por las que había solicitado este trabajo. La idea era viajar a lugares como Londres, Milán o Tokio en el mismo mes. Tener la posibilidad de recorrer viñedos y carreteras rurales en mis días libres. Y también el vano deseo de atravesar los aeropuertos luciendo los famosos uniformes azules y los zapatos Louboutin personalizados, como si fuera una de las atractivas mujeres que aparecían en los anuncios publicitarios.

Por desgracia, no leí la letra pequeña. Solo había una posibilidad de volar a esos bellos lugares noche tras noche. Y la única posibilidad de pasear se reducía a los cinco pasos que había hasta la furgoneta que nos trasladaba del aeropuerto al hotel en cada escala. Hasta que no saliera de la reserva, seguirían asignándome los vuelos en el último minuto y serían viajes cortos; mientras que los asistentes de vuelo más antiguos recibían las mejores rutas.

—¿Soy yo o este es el grupo de pasajeros más lento del mundo? —murmuró Rose en voz baja.

—Sin duda lo es —repuse al darme cuenta de que de la fila quince a la treinta todavía tenían que abrir los compartimentos superiores.

«Sin duda esta noche voy a llegar tarde...».

—¿Los de recursos humanos han atendido tu solicitud de cambio o sigues en la reserva, Marinette? —me preguntó.

—Sigo en la reserva.

—¿En serio? Ha pasado un año desde la última vez que coincidimos y ¿todavía sigues en la reserva? —Parecía que no me creía—. No me digas que siguen toreándote con la excusa de que tienen que resolver los flecos de la fusión.

Le lancé una mirada tan triste que se rio.

—Lo siento. Si te hace sentir mejor, al menos vives en Nueva York. No tienes que compartir almohada con un montón de asistentes de vuelo en reserva que no conoces.

—Supongo... —repuse con sequedad, y ella me sonrió comprensivamente.

Permanecimos en la parte delantera del avión durante lo que me pareció una eternidad, manteniendo un tono alegre y ligero mientras el equipo de hockey que ocupaba la cola continuaba moviéndose tan lentamente como la melaza.

Cuando el último jugador salió finalmente del avión, cogí el bolso, me despedí con rapidez de Rose y del piloto y corrí por el finger. Tenía justo veinte minutos para alcanzar el próximo autobús a Manhattan.

Eres mi AnomalíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora