TERMINAL B31

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Nueva York (JFK)

ADRIEN

Una larga fila de coches recorría lentamente Hampton Avenue, en Brooklyn, haciendo sonar sus bocinas, mientras yo me desviaba hacia el carril derecho. Sobre la ciudad caía una fuerte lluvia, empapando a todos los rezagados que iban por las aceras e inundando todos los malditos desagües de la ciudad.

Miré por la ventanilla la dirección que Jeff me había dado. Marinette vivía en un edificio de ladrillo que parecía más un experimento de casa encantada que un bloque de apartamentos. Sacudí la cabeza.

No habíamos hablado desde que bloqueó mi dirección de correo electrónico, y las pocas veces que la había visto de pasada había hecho todo lo posible por evitarme. La última vez, cuando la vi subir a la lanzadera en Atlanta, me miró como si fuera a salir corriendo. Si no hubiera sido por el hecho de que tenía que pilotar un vuelo, habría ido tras ella.

Salí del coche desafiando a la lluvia y cerré la puerta. Subí las escaleras delanteras del edificio y pulsé el botón de su apartamento. El panel emitió un fuerte y chirriante sonido y luego cayó al suelo.

«Dios...».

Golpeé la retorcida puerta de madera, pero hubo una fuerte ráfaga de aire y cedió al instante. Subí las escaleras hasta el cuarto piso y me encontré con dos puertas, pero cuando vi las palabras «Dos chicas rotas» con las letras artísticamente enlazadas con pintura rosa, llamé un par de veces y esperé.

Pasaron dos minutos.

Volví a llamar, esta vez más fuerte.

—¡Ya voy! —gritó alguien—. ¡Ya voy!

La puerta se abrió, pero no fue Marinette quien apareció ante mí. Era una joven morena cubierta con un albornoz y unos enormes rulos rojos en el pelo.

—¿Qué? —Se cruzó de brazos—. Son las dos de la madrugada, idiota. ¿Qué cojones quieres?

—Estoy buscando a... —Hice una pausa—. Soy Adrien.

—Ya sé quién eres. —Me miró—. ¿Puedo ayudarte en algo?

—¿No está Marinette?

—No conozco a ninguna Marinette. —Se apoyó contra el marco—. Creo que te han dado la dirección equivocada.

—Y yo creo que es la correcta. ¿Está aquí o no?

La vi encogerse de hombros.

—Creo que en estos momentos está volando desde Los Ángeles.

—Su horario dice que llegó ayer de Los Ángeles.

—Oh, vaya... Imagino que puede ser —dijo—. Bien, supongo que ha tenido una cita. Ya sabes, eso que nunca tuvo contigo.

Puse los ojos en blanco.

—¿Cuándo va a volver?

—Dile que nunca —susurró Marinette con firmeza desde el interior del apartamento—. Nunca.

Me asomé por la rendija de la puerta y vi a Marinette en la cocina, con los brazos cruzados. Sacudió la cabeza y se secó los ojos con un pañuelo de papel.

—Nunca —repitió su compañera de piso—. No va a volver nunca, Adrien. Le diré que has pasado por aquí. Puedes largarte.

—¿Has recibido las flores? —La ignoré porque sabía que Marinette podía oírme.

—No ha recibido las flores. —Su compañera dio un paso atrás—. Buena suerte, Adrien. —Me cerró la puerta en las narices antes de que pudiera añadir nada más.

Eres mi AnomalíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora