TERMINAL B25

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Nueva York (JFK)

ADRIEN

Mientras las nubes de la tarde daban paso a un ceniciento cielo gris, me encontraba en la terraza, observando el sueño tranquilo de Marinette en el dormitorio.

Cada vez que pasaba la noche conmigo, yo seguía un patrón: no había noches de insomnio ni estrés si ella estaba cerca. Incluso hoy en día, cuando mis recuerdos parecían empeñados en envolverme, su sola presencia parecía ser capaz de mantenerlos a raya. No solo eso, sino que en cualquier momento que estuviera cerca algunos restos de sentimientos volvían a la vida cuando Marinette me lanzaba una mirada.

Cuando nos besábamos, sentía reminiscencias de emociones que había tenido en algún momento. Y después de tantos encuentros por ciudades de todo el país, no podía negar que mi atracción por ella era más que física. Tampoco podía negar que aunque era del tipo de mujeres del que debería mantenerme alejado, no era capaz de hacerlo. Se había metido debajo de mi piel, hasta la misma médula, y eso era un problema.

Cogí el móvil y comprobé las llamadas que había recibido en el apartamento, deteniéndome cuando vi un nuevo mensaje de voz de un número desconocido. Sin poder evitarlo, y esperando que fuera la llamada que llevaba años esperando, tecleé la contraseña para escucharlo.

—Tiene un mensaje nuevo... —dijo el sistema antes de emitir el suave pitido familiar.

—Adrien, soy yo... —Era la última persona que quería volver a escuchar, Félix—. Adrien, de verdad que odio con todas mis fuerzas que insistas en bloquear los números de teléfono. Es doloroso y...

—Alto —solté con los dientes apretados antes de que el mensaje llegara a su fin. Luego añadí la nueva serie de cifras a la lista de contactos bloqueados. Todos pertenecían a Félix, Lila y a mi padre. Este mes llevaban diez.

Mientras lo hacía, me bajó un escalofrío por la espalda. Un repentino recordatorio de que había estado fuera de mí durante las últimas semanas, que me había descentrado de mi objetivo y empezaba a confiar en alguien de nuevo.

Todas las personas de mi vida, salvo una, me habían traicionado en algún momento, o habían decidido dar un oportunista giro en vez de permanecer leales. Sabía que solo era cuestión de tiempo que Marinette hiciera lo mismo.

Regresé al lugar donde ella dormía y la cubrí con las sábanas. Deslicé un dedo por sus labios, consiguiendo arrancarle una sonrisa saciada, y luego cogí una almohada y una manta para dormir en el sofá.

Tenía que detener esto, fuera lo que fuera en lo que se estuviera convirtiendo, y volver a lo que habíamos convenido al principio. Era necesario por nuestro bien.

Eres mi AnomalíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora