TERMINAL B38

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Nueva York (JFK) —> Tokio (NRT)

ADRIEN

Por primera vez en muchos años, mi vida parecía perfecta. Sentía de nuevo que me inundaba una efervescente adrenalina en cada despegue, y la certeza de que por fin había una persona que no me iba a utilizar ni a traicionar me hacía ser capaz de entregar de nuevo mi confianza a alguien.

Solo habían pasado unos días desde que hice las paces con Marinette, y sabía que teníamos por delante mucho trabajo para conseguir amoldarnos el uno al otro y seguir en sintonía, pero estaba realmente decidido a intentarlo.

En el momento en el que aterricé en Tokio, llamé a Jeff para asegurarme de que las flores que había encargado ayer llegarían a casa de Marinette, en el Eastern, esta mañana.

—Sí, hice el pedido, señor Graham —se rio Jeff cuando respondió al teléfono—. Ocho ramos de flores. Es por eso por lo que me llama, ¿verdad?

—En realidad he llamado para hablar sobre el clima.

—Ya me figuraba. —Se rio de nuevo—. Me encanta el efecto que tiene el amor en usted, señor Graham. Es un hombre mucho más tolerable.

—Ya era tolerable antes —repuse—. Nos veremos cuando regrese. Y... gracias.

—De nada.

Finalicé la llamada y me levanté para salir de la cabina. Me despedí de los pasajeros por primera vez en tanto tiempo que no lo podía recordar. Ni siquiera me molestó que tardaran más tiempo del debido en levantarse de sus asientos para hacerse selfies en el pasillo con las asistentes de vuelo.

Cuando se bajó el último y andaba por el finger, sentí que me vibraba el móvil en el bolsillo. Marinette.

—¿Hola? —respondí.

—Hola... —Su voz sonaba rara por alguna razón—. Tenía la esperanza de que me saliera el buzón de voz.

—¿Por qué?

—Quería dejarte un mensaje importante.

—Marinette, ¿estás borracha? —suspiré—. ¿Acaso estás corriéndote una juerga esta noche con tu compañera de piso?

—No... —Se aclaró la garganta—. Tengo que decirte algo, lo que intenté comunicarte esa noche en París.

Me detuve cuando accedí a la terminal y coloqué mi trolley cerca del ventanal.

—Entonces, ¿es algo malo?

—No, pero es en mal momento.

—No estás embarazada.

—No... —Soltó una risita nerviosa—. No, te aseguro que no estoy embarazada.

—Y también me has confirmado que no te acostaste con nadie mientras estuvimos separados. —Apreté los dientes de forma involuntaria—. ¿Vas a decirme lo contrario?

—No, no es eso. Solo me he acostado contigo desde que te conocí.

Moví nerviosamente los dedos contra el asa de la maleta, rebobinando de forma mental los últimos meses, que habíamos estado separados, y los anteriores, cuando estábamos juntos. Recordé todas las historias largas y los días malos, en los que siempre participaba su familia, y pensé que seguramente estaba exagerando una cuestión fuera de las proporciones normales.

—¿Va a tratarse de una conversación larga? —pregunté.

—Sí. —Su voz se había convertido en un susurro.

—Vale. —Empecé a andar hacia la parada de transportes—. Te volveré a llamar cuando me registre en el hotel.

—¿Me lo prometes? —Había una nota de preocupación en su tono—. ¿Me prometes que me llamarás en cuanto te registres?

—Sí, Marinette. En cuanto firme en el libro.

—Vale, vale... Estaré esperando tu llamada.

—Hablaremos dentro de veinte minutos. —Puse fin a la llamada, que me había resultado muy confusa. Pasé por la sala de equipajes y salí, pero solo alcancé a ver cómo el resto de la tripulación se subía en la furgoneta de la compañía.

—Perdone, ¿capitán? —Un hombre se acercó a mí con la cámara a cuestas—. ¿Le importa si nos hacemos una foto con usted?

—¿Conmigo?

Asintió con la cabeza al tiempo que señalaba a su hija, que llevaba un vestido azul y blanco.

—Mi hija me ha pedido que se lo pregunte. Le encantaría.

—Claro. —Me quedé quieto y esperé a que la chica se acercara a nosotros.

El hombre sostuvo la cámara para enfocarnos, y sonreí para la instantánea.

—¡Gracias! —Le mostró la imagen a su hija, dejando caer el periódico al suelo.

—Ya lo recojo yo —anuncié, inclinándome. Se lo tendí, pero mis dedos se cerraron involuntariamente alrededor del papel al darme cuenta de que se trataba de la edición del día anterior de The New York Times. Acababa de darme cuenta de que mi querida «anomalía» estaba en la primera página.

«¿Qué coño...?».

Eres mi AnomalíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora