TERMINAL C54

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Nueva York (JFK)

MARINETTE

Estaba segura de que los hados se habían juntado para reírse de forma histérica a mi costa. La fiesta a la que Alya me había llevado no era en la terraza aislada de un edificio abandonado como la última vez, sino en la del edificio Madison, en Park Avenue, y aunque se suponía que no podían asistir los residentes, estar allí me hacía pensar únicamente en el que vivía justo debajo, en el apartamento 80A.

Cada veinte minutos, Alya se acercaba para presentarme a un tipo distinto, alguien que según ella molaba, pero por el que yo nunca me sentía atraída. Al menos, no de la forma intensa que debía ser.

Casi todos los asistentes en la fiesta eran hombres hechos a sí mismos o visionarios en alza en el mundo de la moda, pero no era capaz de entablar una conversación de más de cinco minutos con ninguno. Tenía la mente en otro lugar, y mi corazón era demasiado terco para dar una oportunidad a alguien nuevo.

Cogí una copa de vino de la bandeja de un camarero que pasaba y me acerqué a la barandilla de la terraza. Allí alcé la vista hacia el cielo y me puse a mirar un avión blanco que sobrevolaba el Hudson.

—Un bonito aparato, ¿verdad? —dijo una voz a mi izquierda —. Apuesto lo que sea a que es militar. Un avión espía o algo así. Seguramente estará preparándose para ir al otro lado del mundo.

—No —repuse—. Es un MD-88. Se usa solo en vuelos de corto alcance. —Me volví para mirarlo, pero él estaba parpadeando como si lo hubiera intimidado y se echaba hacia atrás.

Me volví de nuevo para ver cómo el pequeño avión volaba más alto, continuando su ascenso.

—Debo decir que tu información sigue siendo equivocada... —El sonido profundo y bajo de esa voz hacía que mi corazón se alborozara, que diera volteretas, por encontrarse frente a frente con Adrien.

Todavía era jodidamente perfecto; incluso más atractivo que la última vez que habíamos estado juntos.

Rellenaba un traje negro de una forma impecable, como solo él podía, y me sonrió mientras ocupaba un lugar a mi lado, apoyado en la barandilla.

—Señorita, es un MD-90. —No dijo mi nombre—. Ha estado cerca. Muy, muy cerca.

Me miró los labios.

—Soy Adrien. —Me tendió la mano. En el momento en el que se la estreché, revivieron todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo—. ¿Y tú eres...?

—Marinette.

—Mmm... ¿Cómo te ganas la vida, Marinette?

—Soy una afamada escritora... ¿Y usted?

—Soy piloto. En realidad, capitán.

—Parece muy joven para ser capitán —continué, imitando con soltura la conversación que habíamos mantenido la noche que nos conocimos.

—Bueno... —repuso, plantándome un beso en la frente—. Mis muchas horas de vuelo dicen otra cosa.

Silencio.

Durante varios minutos, simplemente estuvimos mirándonos el uno al otro, y supe en ese momento que mi corazón seguía atado al de él, que no había ninguna posibilidad de que me enamorara de otra persona de la misma forma que me había enamorado de él.

No dejó de mirarme mientras me rodeaba la cintura con los brazos, acercándome como si fuera a reclamar mi boca con la suya, pero se detuvo antes de que nuestros labios se tocaran.

—Quería que me firmaras algo —dijo mientras me ponía las manos en las caderas con los ojos clavados en los míos—. ¿Te importaría hacer eso por mí?

Negué con la cabeza. Él me soltó poco a poco para meter la mano en el bolsillo interior de la chaqueta y sacar un ejemplar de bolsillo de Turbulencias y un bolígrafo.

—Puedes firmarlo en la página de la dedicatoria —pidió—. Justo debajo de donde pone «Este es para ti, solo para ti».

Cogí el bolígrafo y escribí: «Incluso si has continuado adelante, sigues siendo mi anomalía» donde él decía. Luego estampé mi firma.

Sonriendo, le tendí el libro.

—Tú sí que sigues siendo mi anomalía, Marinette —susurró por lo bajo—. Siempre lo serás.

—¿Significa eso que ya no estás enfadado por el libro?

—Significa que estoy jodidamente lívido por el libro. —Me miró con los ojos entrecerrados—. De hecho, y ya que tocamos el tema, vamos a tener que dejar claras unas cuantas cosas: primera, utilizas muy mal la terminología aeronáutica a lo largo de toda la novela. Le das las gracias al editor de contenidos en los créditos, así que tenía esperanzas al respecto, pero después de leerlo tres veces con el marcador en la mano, sigo encontrando errores.

—¿Te lo has leído tres veces?

—Siete —me corrigió—. Y no he terminado. Hay una gran cantidad de fallos que es necesario enmendar.

—Ya está publicado.

—Eso me importa una mierda. —Sonreía—. Tú tienes que conocerlos todos y cada uno de ellos. —Me cogió la mano—. ¿Por qué has cambiado el lugar donde follamos por primera vez? Fue contra la estantería, pero en el libro dices que fue sobre el escritorio.

—Mi editora pensó que era mejor así.

—Mis ojos son verde claro, no verde oscuro.

—Otro cambio editorial.

—Follamos en más de un vuelo internacional, y me chupaste la polla por primera vez en Nueva York, no en un hotel.

—Una vez más, cuestión editorial.

—Tampoco recuerdo haberte dicho tan pronto que te amaba. —Me colocó un mechón de pelo detrás de la oreja—. Solo mencioné que lo nuestro era caótico y que me gustaba.

—Entonces, ¿no me amas? —pregunté.

—Esa no es la cuestión.

—¿Tardaremos mucho en llegar a ella? —dije en tono burlón, haciendo que sonriera de nuevo.

—La cuestión es que no te he visto ni he follado contigo desde hace meses, y que tampoco me he tirado a otra persona. —Apretó los labios contra los míos—. Y eso no lo va a conseguir nadie más. Te echo de menos y te amo. Pero, sobre todo, echo de menos follar contigo.

—De verdad, podías haberte reservado la última frase.

—No, era necesaria. Muy necesaria. —Me secó una de las lágrimas—. Te amo, Marinette. No me importa nada más, y creo que deberíamos marcharnos de esta fiesta ahora.

—No lo haremos hasta que me respondas a unas cuantas preguntas. Necesito saber con qué tipo de hombre estoy hablando esta noche.

—Con uno que te va a follar en cuanto nos metamos en el ascensor, con uno que te va a llevar a su casa después de acabar para volver a follarte.

Me sonrojé, pero permanecí inmóvil.

—¿Por qué me agregaste a la lista de personas que no podían visitarte en el hospital?

—No quería que me vieras así —dijo, y parecía sincero—. Además, llevabas allí dos semanas y yo estaba bien. Quería que te ocuparas de ti misma.

—¿Eres tú la persona anónima que ha cambiado mis billetes a primera clase para mis últimas firmas de libros?

—Por supuesto que no —aseguró, sonriente—. Solo alguien que todavía te ama haría algo así.

—Gracias —repuse.

—De nada. ¿Tienes más preguntas?

—Sí, todavía tengo dos más.

—Responderé solo a una más.

—Genial, ¿es ahora cuando vas a proponérmelo?

—No seas ridícula. —Apretó su boca contra la mía y me dio un beso tanintenso y salvaje que casi perdí el equilibrio. Luego me apretó la mano y tiróde mí hacia el ascensor—. Ahora es cuando empezamos un nuevo capítulo. Uno quepodemos escribir juntos.

Eres mi AnomalíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora