TERMINAL B22

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Los Ángeles (LAX)

MARINETTE

—Es un CR-9 —dije, horas después—. Ese es fácil.

—Casi. —Adrien me acercó todavía más—. Es un MD-88.

—Cuatro de cinco no está mal.

—Solo has acertado cuatro de veinte, Marinette. —Sonrió—. Es terrible.

Eran las cuatro de la madrugada y estábamos sentados en la terraza de un aeropuerto privado de vuelos chárter que había en la ciudad. Ante su insistencia, después de mostrarnos los dos de acuerdo en que estábamos inquietos después de tres rondas de sexo, dijo que tenía una idea y llamó una limusina de lujo para ir allí.

Me había encerrado la cara entre las manos y me había besado durante todo el trayecto, haciendo que notara mariposas en el estómago y obligando al conductor a cerrar la ventanilla de separación.

—Si esto hubiera pasado hace un par de años... —me puse de lado y lo miré a los ojos—, habría acertado todo.

—¿Por qué hace un par de años sí?

—Porque acostumbraba a escribir sobre aviones y aerolíneas para el periódico. No siempre, pero sí un par de veces al mes.

Se quedó callado sin dejar de pasarme los dedos por el pelo.

—¿Por qué lo dejaste?

—No lo dejé. Me despidieron.

Pareció sorprendido.

—¿Por difamación?

—Por contar la verdad.

—Mmmm... —Me pasó un dedo por los labios—. ¿Tuvo algo que ver con Agreste o con el que nunca debe ser mencionado?

—No —repuse—. Se trató de algo personal. Alguien que me hizo daño, por lo que yo hice lo mismo.

—Qué maduro...

Cambié de tema.

—¿Qué estabas haciendo tú hace dos años?

—Volando.

—¿Es lo único que has hecho?

—Sí.

—Adrien... —Suspiré—. Como puedes ver, cuando me preguntas algo, colaboro, pero cuando yo te pregunto a ti, evades el tema.

—Quizá deberías hacer preguntas mejores.

—Genial. ¿Por qué no hablaste con mi jefe la primera noche que pasé en tu apartamento?

—Básicamente porque no tenía ningún propósito hacer eso. —Me miró—. Además, te encontré muy divertida y quería volver a verte.

—Vale. ¿Por qué cambias el televisor y la mesita del café cada poco tiempo? Recuerdo todas las órdenes de trabajo, incluso las anteriores a conocernos... ¿Por qué se rompe todo tan a menudo?

—Salen defectuosos.

Parpadeé, y él sonrió al tiempo que tiraba de mí para que me pusiera encima de él.

—Solía tener problemas para dormir. Eso es todo.

—¿Solías? No hace tanto tiempo, Adrien. No. ¿Todavía los tienes?

—Para mi sorpresa, no. —Me besó la piel de forma ardiente —. Desde que estoy contigo. —No me dio la oportunidad de hacerle ninguna pregunta—. ¿Qué más hacías en mi casa?

—¿A qué te refieres?

—Me refiero a por qué sentías la necesidad de burlar las cámaras de seguridad y poner una grabación en bucle. ¿Qué hacías allí?

—Nada. —Me apretó la cabeza contra su pecho, justo encima de su palpitante corazón—. Sin embargo, te he robado algunos libros de tu biblioteca.

—Soy consciente de ello. Me daba cuenta. ¿Qué más?

—Además, dormía desnuda en el sofá.

Se rio.

—¿También en mi habitación?

Asentí moviendo la cabeza, y me dio una juguetona palmada en el trasero.

—Adrien, sé que Gabriel Agreste es tu padre —dije en voz baja, soltando las palabras a toda velocidad.

—Ya somos dos.

—Estuve buscando viejas fotos de familia y no sales en ninguna... ¿Por qué te han borrado? Es decir, ¿por qué no has dicho nada? Eres hijo de un millonario... ¿Es de ahí de donde procede tu dinero?

—No. —No me dio más detalles. Solo me acarició la espalda de arriba abajo de forma rotunda, masajeándome los músculos —. Déjalo ya.

—Solo dime que me lo contarás algún día —murmuré—. Si seguimos juntos.

—Voy a pensar si te lo diré algún día.

—Bien, cuando llegue ese día, me gustaría que fuera el mismo día que tuviéramos una cita.

Su mano se detuvo al instante.

—¿Qué?

—Una cita de verdad, con flores, cena y... —Todo lo que estuvimos de acuerdo en no hacer.

—Sí —dije.

—Marinette... —Suspiró—. Preferiría que no nos saltáramos ninguna regla más.

—Y yo preferiría que me hablaras de verdad, pero es evidente que no voy a conseguirlo, por lo que estamos haciendo un trato.

No dijo nada durante un buen rato, pero al cabo de un momento volvió a poner las manos en mi espalda y no añadió nada más hasta que empezó a amanecer.

Cuando regresábamos, me cargó al hombro y me llevó escaleras abajo para dejarme en el asiento trasero. Me colocó la cabeza en su regazo y dormí mientras la limusina atravesaba Los Ángeles lentamente.

Pensé que se quedaría un día más, ya que disponía de dos noches antes de tener que regresar a Hawái, pero cuando me desperté, se había marchado.

El único vestigio de su presencia era la caja de su reloj en la mesilla de noche. Al abrirla, me encontré con otro Audemars Piguet. Pasé los dedos por el brillante cristal y suspiré. Intenté coger el teléfono para enviarle un mensaje y decirle que se lo había dejado, pero se me cayó al suelo. Al levantar la mirada, me encontré con un enorme ramo de flores blancas y rojas junto a la puerta.

Conmocionada, me acerqué y abrí el pequeño sobre plateado que había con ellas y leí la nota.

«Esto nunca ha ocurrido.

Y el reloj es tuyo.

Adrien».

Eres mi AnomalíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora