TERMINAL C49

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Nueva York (JFK)

ADRIEN

La mañana del sábado estaba en mitad de la lectura de Turbulencias, exactamente por mitad de la Puerta C49, cuando un fuerte golpe en la puerta me arrancó de la trama.

Al principio hice lo que hago normalmente cuando tengo un visitante inesperado: me encogí de hombros y lo ignoré.

Por desgracia, los golpes se hicieron cada vez más fuertes, y, después de media hora sin que el idiota se diera por aludido, salí de la biblioteca. Ni siquiera me molesté en echar un vistazo por la mirilla: ya tenía preparada la larga lista de palabras que iba a soltar a quien fuera cuando nos encontráramos cara a cara.

Giré el picaporte y abrí la puerta para encontrarme a Félix.

—¿Qué cojones quieres? —pregunté—. ¿Por qué coño ha permitido Jeff que suba gente de la lista negra?

—Tú. Yo. En Red Bar. Ahora. —Había una expresión de derrota en sus ojos—. Solo necesitamos cinco minutos.

—¿Necesitamos?

—Papá y yo.

Empecé a cerrar la puerta, pero me lo impidió con el pie.

—Cinco minutos y no volveremos a molestarte.

—¿Es una promesa?

—Sí. —Asintió moviendo la cabeza—. Es una promesa.

—No estoy seguro de que conozcas la definición de esa palabra, pero voy a pasarlo por alto. —Recordé de pronto lo que me había pedido mi madre y contuve un suspiro—. Aparta el pie. Saldré dentro de diez minutos.

Dio un paso atrás y me reprimí lo suficiente para cerrar la puerta sin dar un golpe. Me puse unos vaqueros y una camiseta. Cuando cogí la cartera de la cómoda, puse mi ejemplar de Turbulencias en el bolsillo de la chaqueta.

Leería los demás capítulos durante el vuelo nocturno.

Abrí la puerta y me encontré a Félix apoyado en la pared.

—¿Dónde nos encontramos?

—En Red Bar. Si quieres te llevo.

—Ni de coña. —Apreté el botón del ascensor y las puertas se abrieron.

—Entonces, iré contigo —afirmó, entrando conmigo en la cabina.

—El Red Bar está a quince minutos en coche, Félix. Me has prometido que no volveré a saber nada de ti cuando te dé cinco.

—Considera que no has leído la letra pequeña.

—Prefiero que no vengas.

—Si después de hoy no voy a poder hablar con quien es sangre de mi sangre y carne de mi carne, quiero disfrutar de cada segundo posible.

—Por favor, abstente de rollos tipo «La familia lo significa todo» —salí del ascensor en el aparcamiento—, los dos sabemos que no es así.

—Adrien...

—Entra en el coche —dije, abriendo las puertas—. Pero acuérdate de que son solo cinco minutos, así que no me dirijas la palabra durante el trayecto.

—Vale.

Mantuve la mirada clavada en el frente mientras conducía, incapaz de reprimir las imágenes mías con Marinette que pasaban por mi mente. Ella invadía todos mis sueños, y de vez en cuando seguía buscando a ver si se había dejado algo en el ático, algo que pudiera estar escondido en los lugares que utilizaba antes.

Eres mi AnomalíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora