Atlanta (ATL) —> Denver (DEN) —> Nueva York (JFK)
MARINETTE
—Última llamada para los pasajeros del vuelo 1297 de Agreste Airways con destino a San Francisco. —Una voz flotó por los altavoces del cuarto de baño de Hartsfield-Atlanta—. Por favor, diríjanse a la puerta E13. Pasajeros con...
El resto de las palabras desaparecieron cuando Adrien me agarró por los muslos y me movió arriba y abajo por su polla. Le clavé los dedos en la piel mientras cubría mis labios con los suyos, como había hecho ya tantas veces antes, luchando por mantener el control hasta que nuestros cuerpos colapsaran.
Cerré los ojos brevemente y me derrumbé en sus brazos, sintiendo que él me besaba los labios con suavidad mientras intentaba recuperar el aliento. No quería admitirlo, pero nos ponían mucho estas situaciones imprudentes. De hecho, éramos más que imprudentes.
Nos encontrábamos para follar cuando estábamos en la misma ciudad, cuando estábamos en el mismo hotel. Y, Dios no lo quiera, cuando coincidíamos en el mismo aeropuerto durante más de treinta minutos.
Mi cuerpo ansiaba su contacto, mi boca anhelaba su lengua y mi sexo palpitaba cada noche, necesitando su polla. Estaba volviéndome salvajemente adicta a las relaciones sexuales con él, pero tampoco quería curarme.
E incluso ahora mismo, sabiendo que no nos veríamos de nuevo hasta el domingo, cuando nos cruzaríamos en Dallas, me inundaba algo que no sentía desde hacía mucho tiempo: deseo. Anhelo genuino.
—¿Marinette? —Me miró, todavía con los dedos clavados en mis muslos y su polla profundamente enterrada en mi interior —. ¿Puedo retirarme?
Asentí con la cabeza y se deslizó fuera poco a poco antes de dejarme en el suelo.
Me entregó la falda y le devolví la corbata. Me puse la chaqueta y noté que un nuevo reloj Audemars Piguet plata y negro adornaba su muñeca. Era el octavo que le veía.
Sabiendo que probablemente se iría en cuestión de segundos, me acerqué al espejo para volver a aplicarme el maquillaje con rapidez y me puse la chaqueta. Saqué unas toallitas húmedas para tratar de absorber el olor a sexo y sudor de mi piel, me eché perfume y luego, al darme cuenta de que seguía mirándome, me di la vuelta para mirarlo.
—¿Sabes que un reloj de Audemars Piguet vale una media de diez mil dólares? —pregunté.
—Marinette... —Me miró con los ojos entrecerrados.
—Solo he mencionado un hecho al azar que he pensado que deberías saber. —Di un paso atrás cuando se acercó a mí—. ¿Quieres que exponga otro hecho al azar?
—¿Exponerlo iría de nuevo contra nuestras reglas? ¿Las de no hablar de nada que no sea sexo?
—De vez en cuando tienes que hablar conmigo, Adrien —le recordé—. Es lo que acordamos, así que estaría bien que empezaras a responder a mis preguntas.
—No tengo ningún problema en hablar contigo. —Me apretó contra el lavabo—. Y responderé a tus preguntas siempre y cuando estén dentro de lo razonable.
—Y... —Odiaba que tenerlo tan cerca me excitara al instante, que casi me hiciera olvidarme de lo que quería decir —. Y no te morirías si trataras de ser civilizado, de hacerme una pregunta de vez en cuando. Parece que no quieres saber nada de mí.
—Te hago un montón de preguntas. —Me miró a los ojos con una ardiente y oscura intensidad—. Te pregunto si quieres que te folle encima del lavabo o contra la pared. Te pido que dejes de gritar cuando te llevo al orgasmo y te pregunto si estás bien después de que terminemos, si puedo mover la polla... Es de lo más civilizado.
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Eres mi Anomalía
De Todo¿Cuántas veces me vas a hacer arder? Tres, cuatro, cinco, quizá diez... ¿Soy yo quien te hace arder a ti? Sí, esto tiene que terminar. Si eres tú quien se aleja primero, seguiré tu ejemplo. Ya te lo he dicho antes y, sin embargo, nunca me marcho... ...