TERMINAL C52

178 24 0
                                    

Nueva York (JFK)

ADRIEN

Me palpitaba la cabeza, y sentía como si alguien me hubiera prendido fuego en la garganta.

Traté de incorporarme, pero no podía moverme; los brazos y las piernas me pesaban demasiado. Me esforcé por abrir los ojos y vi a Marinette sentada a mi lado.

A pesar de que estaba dormida, tenía la cara roja y las mejillas mojadas. Una de sus manos reposaba sobre su pecho, y sostenía una lata de Coca-Cola de colección en el regazo.

Miré al otro lado de la habitación y vi cientos de arreglos florales, globos y tarjetas con deseos de «Que te mejores pronto». Traté de sentarme una vez más, pero cuanto más lo intentaba, más cansado me sentía, así que cerré los ojos y suspiré.

No sé cuánto tiempo estuve así, pero de repente oí la voz de mi padre.

—¿Marinette? —llamaba—. ¿Marinette?

—¿Qué? —Su voz era apenas un susurro.

—Llevas aquí dos semanas. Vete a casa y descansa un poco.

—No, gracias.

—Quizá mañana permanezca despierto más de unos segundos —argumentó él—, y tienes que cuidar de ti misma mientras esperamos.

—He dicho no, gracias. Estoy bien, créeme. —Parecía sincera, pero incluso en mi estado, yo sabía que estaba mintiendo.

—Con el debido respeto, Marinette —insistió él—. No estoy pidiéndotelo, te estoy ordenando que...

—¿Quién pretendes que se quede con él? ¿Tú? Te odia.

—No creo que en este momento seas una de sus personas favoritas, Dupain-Cheng.

Silencio.

—Descansa un poco durante un par de días y luego vuelve. Te juro que, si se despierta, serás la primera persona a la que llame. —Sonaba casi creíble—. Y puedes alojarte en el hotel que hay al otro lado de la calle. Ya tienes una habitación a tu nombre.

Ella suspiró.

—Y, de antemano, muchas gracias por mantener en secreto tu visita, Dupain-Cheng.

Marinette no respondió, y lo siguiente que sentí fueron sus labios en la frente.

—Te amo —la oí susurrar, y no pude obligarme a permanecer despierto ni un segundo más.

SEMANAS DESPUÉS...

—¡Señor! ¡Señor! —La enfermera entró gritando en la habitación—. Señor, vuelva a la cama. Ya.

—Prefiero no hacerlo. —Y miré por la ventana—. ¿Dónde está el médico? Dígale que quiero que me dé el alta hoy.

Se acercó a mí y se cruzó de brazos.

—Señor Graham, quiero que vuelva a la cama.

—De acuerdo. —Me quedé junto a la ventana—. Esperaré a que me lo pida correctamente.

—¡ Iván! —gritó—. ¡ Iván!

Unos segundos después, un hombre corpulento vestido de blanco entró en la habitación.

—¿Usted de nuevo? —preguntó, meneando la cabeza—. Por favor, no me haga cogerlo en brazos y ponerlo en la cama. ¿Me va a obligar a atarle los brazos a la cama en esta ocasión, señor?

Gimiendo, puse los ojos en blanco y me acerqué a la cama para deslizarme debajo de las sábanas.

—Gracias. —La enfermera le brindó a Iván una sonrisa y luego frunció el ceño.

—De acuerdo con el informe, ha sufrido una herida en la cabeza, shock hipotérmico, un fuerte esguince en el tobillo derecho y se ha roto dos dedos de la mano izquierda. ¿De verdad piensa que le vamos a dar el alta?

—Está claro que no importa lo que yo pienso.

—No es así. —Sonrió y comprobó mis constantes vitales—. Tiene un visitante. ¿Está preparado para recibirlo?

—Depende de quién sea.

—Un tal señor Agreste —dijo, bajando la voz—. Al parecer, es el presidente de la aerolínea.

No respondí.

—¿Eso es sí o no? —preguntó.

—Puede pasar.

—De acuerdo, de acuerdo. —Me tomó la temperatura y se dirigió a la puerta—. No se le ocurra volver a levantarse de la cama de nuevo, señor Graham.

Me quedé mirando la puerta y, en cuestión de segundos, apareció mi padre, con un aspecto poco habitual en él. Iba vestido con vaqueros y cazadora de cuero; además, su perpetua aura de confianza brillaba por su ausencia.

—¿Por qué parece como si hubieras tenido un accidente de avión? —pregunté.

—Muy gracioso. —Sonrió, acercándose a mí—. Supongo que no te has mirado en el espejo últimamente.

—Lo haré cuando no tenga vendajes en la cabeza.

Se rio.

—Sí, ya. Aunque estoy seguro de que tu creciente club de fans te adorará igual... Solo necesito cinco minutos.

—Eso dijiste la última vez, y se convirtieron en treinta.

—De acuerdo.

Sacó un papel del bolsillo y me lo arrojó.

—¿Qué es eso?

—Es el artículo que va a aparecer en The New York Times la semana que viene. Quería que lo leyeras antes.

—No voy a seguir volando en tu aerolínea, por lo que si este es tu patético intento para conseguir que lo haga, la respuesta sigue siendo no.

—Adrien...

—Nunca te perdonaré lo que me hiciste con Lila. Jamás te perdonaré lo que le hiciste a mi madre —pronuncié lentamente, mirándolo a los ojos mientras me preguntaba si valía la pena decir el resto—. Pero puedo perdonarte que seas tú. Sin embargo, no quiero tu línea aérea.

—No te estoy pidiendo que pienses nada. Solo quiero que leas el artículo. —Se inclinó sobre mí y me abrazó contra mi voluntad—. Lo siento, y siempre... siempre me acordaré de esto. —Me miró por última vez y salió de la habitación.

Por segunda vez en meses, me enfrentaba a algo que no quería leer, pero la curiosidad ganó una vez más. Abrí el sobre, y no pude apartar la vista del título del artículo, y eso que lo intenté.

«La verdad sobre el vuelo 1872 y cómo perdí a mi esposa. Cómo creé AgresteAirways y por qué quiero que mi hijo regrese».

Eres mi AnomalíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora