TERMINAL B13

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Phoenix (PHX)

MARINETTE

Noté que me temblaban los dedos mientras enviaba a Adrien un mensaje de texto indicándole que ya estaba allí, en unos cuartos de baño a medio construir en el aeropuerto de Phoenix, esperándolo. Había logrado esquivar a la señorita Tsurugi componiendo una expresión seria cuando aterrizamos y diciéndole que me registraría más tarde en el hotel, ya que un amigo de la universidad se había puesto en contacto conmigo y había quedado con él.

No supe a ciencia cierta si la mueca que apareció en su cara era de irritación o de alivio, pero había sacado su bloc de notas y escrito en mi ficha «no cumple el protocolo» antes de marcharse sola al hotel.

Mientras oía los pasos de los pasajeros y las ruedas del equipaje al otro lado de las puertas, consideré decirle a Adrien que, después de todo, no estaba hecha para esto. Había empezado a escribirle un mensaje de texto cuando él entró de repente en el baño.

—Hola... —lo saludé—. ¿Vamos ahora a tu hotel? No estás en el Marriott, ¿verdad?

Me miró confuso y dejó el equipaje de mano apoyado contra la pared antes de andar hacia mí.

—¿Quién ha dicho nada de un hotel?

—Tú... Me pareció entenderte que nos reuniríamos en cualquier ciudad donde coincidiéramos al hacer una escala, y que allí decidiríamos a dónde íbamos.

Se me quedó mirando... y caí de repente en la cuenta.

—¿Quieres que follemos aquí? ¿En serio?

—¿Por qué crees si no que te pediría que nos encontráramos en un cuarto de baño a medio construir, Marinette?

—¿Quizá para poder darme la dirección para el siguiente destino?

—Esto no es una puta misión secreta. —Me miró a los ojos —. No siempre será en el aeropuerto, pero tengo que pilotar dentro de tres horas y no puedo perder el tiempo.

—¿Eres así de insaciable?

—Sí. —Sonrió al tiempo que me deslizaba una mano por debajo de la falda del uniforme hasta tocarme las bragas—. Y por lo que parece, no soy el único.

No dije nada. Me apoyé en la puerta de un cubículo, tratando de asimilar la situación. Ya era bastante malo pasar por alto a propósito las reglas de no confraternización al acostarme con él, pero no había imaginado que las posibilidades de que nos pillaran fueran tantas.

Sin dejar de sonreír, Adrien se acercó a mí, abrió la puerta de la cabina y me empujó al interior. Me alzó en el aire para ponerme en el tercer escalón de una escalera de pintor.

—¿Por qué estás tan nerviosa? —preguntó.

—No estoy nerviosa. —Me estremecí—. Solo es que... pensaba que esto iba a ser más civilizado y que no había posibilidades de que nos pillaran.

—¿Marinette, cuántos años tienes? ¿Veintiséis?

—Veintinueve.

—De acuerdo, tienes veintinueve años —repitió, pareciendo más contento con esa respuesta—. Creo que puedes asimilar que se mantienen relaciones sexuales privadas en sitios públicos. —Me acarició la mejilla con el dorso de la mano—.

Nunca quedaría contigo para follar en un lugar en el que pudieran atraparnos.

—Pero...

Me puso un dedo en los labios.

—El horario de construcción termina a las cinco. Son las siete. Estamos en la terminal 4, la de vuelos internacionales. El último vuelo que sale de esta terminal está embarcando ahora mismo por la puerta más alejada, y los empleados del aeropuerto no pueden acceder a las zonas en obras por miedo a las lesiones.

—Así que ya has hecho esto antes.

—No. —Me separó las piernas y me bajó las bragas hasta los tobillos—. Pero conozco bien el funcionamiento de los aeropuertos y creo que necesitas relajarte un poco antes de empezar este arreglo.

—No voy a poder relajarme...

—Te aseguro que sí. —Me quitó las bragas, guardándoselas en el bolsillo—. Mientras tanto, vamos a hacer un trato, empezaremos de nuevo después de hoy. ¿Te parece?

Sin embargo, no esperó a que me mostrara de acuerdo con él. Me subió el vestido hasta el estómago y me abrió todavía más las piernas. Sin añadir una palabra más, me levantó la pierna izquierda para apoyarla en su hombro y hundió la cabeza entre mis muslos. Me devoró el sexo durante tanto tiempo que se me debilitaron las rodillas y tuve que taparme la boca para ahogar los gritos.

Le arañé la espalda mientras me llevaba dos veces seguidas al orgasmo con la lengua, dejando mi placer grabado en su piel.

Cuando por fin terminó, le quedaba solo una hora para embarcar, así que me ayudó a vestirme antes de alejarse de nuevo.

—Te enviaré un correo electrónico para decirte en qué parte de Charlottenos reuniremos la semana que viene. Y para que conste en acta, el sabor de tucoño cuando te corres es increíble.

Eres mi AnomalíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora