TERMINAL B35

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Nueva York (JFK)

ADRIEN

Me desperté con el sonido de susurros en mi dormitorio, que hablaban de mí como si yo no estuviera presente.

—¿Por qué este inquilino tiene que reemplazar siempre el televisor? —decía una voz—. Parece que lo rompe todas las semanas.

—Es una de sus muchas aficiones. —La voz familiar de Jeff flotó en el aire—. Disfruta haciéndolo.

—Sí, bueno. Probablemente debería decirle alguien que otras aficiones no cuestan mil dólares semanales.

—Estoy seguro de que lo sabe —intervino Jeff—. Gracias una vez más.

—De nada. Literalmente.

Oí que se cerraba la puerta y los firmes pasos de Jeff cada vez más cerca de mi dormitorio. Entró sin llamar a la puerta.

—De nada, señor Graham —dijo, dejando una factura en el tocador—. Y también de nada, por adelantado, por encontrar a una nueva persona que cuide de sus plantas.

—¿Qué ha pasado con la anterior?

—Creo que le dijo algo tipo «largo de mi casa» hace unos días, durante uno de sus episodios. ¿No lo recuerda?

—No.

—Ya veo. —Se encogió de hombros—. Bueno, si me necesita, estaré en la planta baja. Esperando su próxima serie de problemas.

—Espera...

—¿Qué?

—Le he enviado un mensaje a Marinette anoche y también la noche anterior. No me ha respondido.

Parpadeó.

—Se supone que tienes que llenar los espacios que tengo en blanco, Jeff. ¿Por qué coño no me ha devuelto el mensaje, ya que pareces saber todo lo demás?

—No estoy seguro —dijo con simpatía—. Pero dado que han pasado más de dos meses desde la última vez que me habló de ella, asumí que habían terminado. —Cogió un bolígrafo del bolsillo de la chaqueta y escribió algo en la parte posterior de la factura. Luego salió de la habitación y del apartamento.

Me levanté para ver qué había escrito en el papel.

«Ella vino a dejar el reloj. Está en la encimera de la cocina».

Gemí y me vestí para bajar en el ascensor privado hasta el aparcamiento. Empecé a mandarle a Marinette otro mensaje, pero antes de dar al botón, revisé el historial.

No me había escrito desde hacía semanas, y la última vez que lo hizo no me digné a responderle.

«Dios...».

Aceleré para salir del garaje en dirección a su apartamento, en Brooklyn. Arriesgándome a la ira de sus vecinos, aparqué el coche en mitad de la calle. Subí corriendo las escaleras exteriores, y sin molestarme en llamar al timbre, abrí la puerta y subí los cuatro tramos hasta su piso.

El letrero de «Dos chicas rotas» ya no estaba colgado de la puerta, pero llamé igualmente.

No obtuve respuesta.

Oía una voz femenina en el interior, así que llamé con más fuerza, negándome a permitir que Marinette me ignorara.

La puerta se abrió, pero no lo hizo Marinette ni su compañera de piso. Era una mujer mayor con un gato en brazos.

—Hola, ¿sí? —Me sonrió—. ¿En qué puedo ayudarlo?

—Estoy buscando a Marinette Dupain-Cheng.

—¿A quién?

—A la joven que vivía aquí. Pelo negro, ojos azules, muy guapa. ¿Dónde está?

—¡Oh! ¿La chica que tenía esa compañera de piso tan loca? Se mudaron hace un mes.

«¿Hace un mes?».

—¿A dónde se mudaron?

—No estoy segura. —Se acarició el labio—. Pero seguramente, fuera donde fuera, es un lugar agradable. El padre de la chiflada las recogió en una limusina. ¡Una limusina!

—Gracias. —Me alejé y bajé las escaleras para regresar al coche. No podía creer esta mierda. No era posible que hubiera pasado tanto tiempo sin que me diera cuenta.

Cuando giré la llave en el contacto, sentí que me vibraba el móvil en el bolsillo. Era un mensaje de texto.

«¿Marinette?».

Pulsé su nombre para leer la respuesta.

Marinette: Mmm... No sé si estás tratando de ligar conmigo o qué, pero este número no pertenece a ninguna Marinette. Yo soy Clara. Dicho esto, si realmente sigues interesado en «comerme el coño» toda la noche mientras me corro en tu cara, no es necesario que me envíes otro mensaje, llámame A

Eres mi AnomalíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora