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Los días fueron transcurriendo con rapidez, tanto que me asustaba y mi preocupación aumentaba.

22 días pasaron desde que Yoongi fue invocado y aceptado por mí. La angustia no hacia más que incrementar mi ansiedad ya que, no tenía la certeza de que al final de todo podríamos terminar con su maldición.
No dejaba de recordarme constantemente que el plazo era de 60 días.

-La última noche debo llegar al clímax-Mencionó Yoongi una tarde.

Me había decidido a enseñarle cosas básicas sobre el mundo actual y la manera en que debía manejarse esperando que todo saliera bien y pudiera vivir cómodamente una vez rota la maldición.

Aunque ya habíamos llegado a esa conclusión e incluso lo mencionó en un par de ocasiones seguía sorprendiéndome que algo que es tan normal y común en el acto sexual, sea imposible para él.

Después de nuestro encuentro con Eros estuvimos juntos un par de veces, me resistía en un principio debido a su condición. Explicándole incontables ocasiones que no lo estaba rechazando por desagrado, si no porque no me sentía cómoda con la idea de él sufriendo mientras yo disfrutaba completamente.

-Es mi deber y, sobre todo, quiero cumplir con ello. Quiero hacerte sentir bien-Dijo una vez más.

Desde entonces me había rendido ante él, accediendo sin objeciones, pero sin estar convencida del todo cuando intimamos.

Ahora él se encontraba leyendo una revista de moda. Hacia sonidos extraños de vez en cuando.

Reí cuando bufó por lo bajo de nueva cuenta.

-¿Qué sucede?-Pregunté finalmente, apagando el televisor para prestarle completa atención.

-No entiendo-Respondió negando mientras arrojaba la revista al suelo.

Lo miré indignada, aquella revista se salía del presupuesto que tenía previamente organizado y la había comprado solo porque había llamado su atención mientras estábamos haciendo las compras.

Me levanté de inmediato para ponerla en la mesa del centro.

-Cuida las cosas, no son nada baratas-Rezongué, cruzándome de brazos.

Él viró los ojos, llevando su brazo a su rostro, cubriéndose.

-Lo haré, de todos modos, no entiendo-Se giró en el sofá, dándome la espalda-Esas personas no se ven muy bien que digamos, y aun así ponen esas prendas de manera vistosa para que los demás crean que, de algún modo, se ven geniales-Bufó, otra vez-En mis tiempos...

Y reí.

-Justo ahora pareces un abuelo-Dije con burla-Entiendo que las cosas sean distintas a como las viviste antes, pero ha pasado un tiempo-Bastante en realidad-Desde aquello, debes adaptarte y mantener tu mente abierta ante el mundo actual.

Me acerqué lentamente a él, sentándome en el borde del sofá. Mantenía sus ojos cerrados, haciendo un puchero con sus mejillas infladas.
Sonreí por la ternura que esta escena me causaba. Sabes que se sentía tan confiado conmigo para mostrarme esta faceta de sí mismo era algo que provocaba calidez en mi pecho.

-No quiero hacerlo-Se negó, sin moverse de su posición.

Suspiré sin saber qué decir con exactitud, pensando que lo mejor era darle su espacio me reincorporé, dando solo un par de pasos antes de que mi antebrazo fuese sostenido.
Giré mi rostro, encontrándome con que ahora, aunque se encontraba con la misma postura, esta vez ya no me daba la espalda.

-No te vayas-Pidió suplicante, su voz era un susurro apenas perceptible.

Mis mejillas se sonrojaron por las emociones que me invadieron, asentí, acercándome de nuevo. Esta ocasión opté por sentarme en el piso.

El chico del cuadroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora