FINAL

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Cuando las personas cercanas a mí pasaban por una ruptura, por mucho que empatizara con ellas, no terminaba de comprenderlas del todo, pues nunca había pasado por una situación así.

Escuché sobre tener el corazón roto, sentir que dentro de tu pecho dolía, dolía demasiado al punto de no poder continuar con tu rutina como lo hacías normalmente.
Leí sobre dicha expresión en libros, lo vi reiteradas veces en novelas y películas.
Las rupturas dolían, mucho más de lo que podías imaginar.
Pero no lo creía. Para mí era imposible el que el dolor emocional pasara a sentirse de forma física.

Hasta hace unos meses pensaba de ese modo. Hasta que me sucedió a mí.

Sin embargo, mi situación no era precisamente una ruptura, fue una coincidencia, una bella y extraña coincidencia.
Descubrí nuevas sensaciones, experimente el placer sexual de la mejor forma posible, empaticé e idealicé a Yoongi, le hablé de mí, de mi pasado, mi presente y mis planes para el futuro. Me abrí ante de él de una forma que no creí hacer nunca.

El riesgo siempre estuvo presente, fui advertida, pude dejarlo a la deriva. Pero me negué a hacerlo.
Su compañía era realmente agradable, la forma en que veía el mundo, cómo se expresaba, su forma de andar, su sonrisa ladina, sus mejillas sonrosadas cuando decía algo que lo avergonzaba. Todo en él me hizo amarlo.

Y para cuando me di cuenta de lo mucho que lo apreciaba, cuando más cerca creía estar de él, lo perdí. En un parpadeo simplemente desapareció.

El problema con las rupturas es que no siempre tienes la oportunidad de decir adiós.

Las personas siempre se irán, en algún determinado momento dejarán de ser una constante en tu vida. Es completamente normal y un proceso natural, y se supone que debes seguir avanzando sin ellos.

Pero no te enseñan a hacerlo.
Avanzar, seguir adelante cuando el corazón duele es complicado, es difícil. Pesa.

Las mañanas eran lentas y tediosas. Levantarse de la cama implicaba un gran esfuerzo, uno que no estaba segura de querer hacer.
Las tardes se sentían justo así, eternas, y al mismo tiempo terminaban en un momento.
Pero las noches siempre son la peor parte, te encuentras en tu momento más vulnerable.

La soledad te abruma, tus pensamientos no te dejan tranquila, tus pensamientos no hacen más que atormentarte y las manecillas en el reloj no avanzan.

Dormir parece no ser una opción, y descansar es imposible cuando las pesadillas se hacen presentes. Siempre lo hacen. Siempre con su sombra. Siempre con él. Siempre sobre él.

La tranquilidad que debería sentir al estar de nuevo en mi habitación por las noches cesó desde el momento en que las risas de Yoongi se extinguieron, cuando el calor de su cuerpo abandonó el mío. Cuando mis esperanzas de poder salvarlo fueron destruidas. Y, me preguntaba todo el tiempo si en realidad hubo esperanza desde un principio.

No había más dioses en mi día a día. Ni uno de ellos volvió a tener contacto conmigo. No importó cuántas veces dije sus nombres o supliqué por alguna respuesta. No respondieron, nunca lo hicieron. Y volver a la soledad fue un golpe muy duro.

Tres meses habían pasado desde entonces, y por mucho que quisiera adaptarme a mi nueva realidad, no podía.

Porque el corazón dolía, mi cuerpo pesaba, y las lágrimas que ya no se derramaban suplicaban por una vía de escape, aunque ya no tenía nada por lo que llorar. Nada a lo que aferrarme.

Quise salvar a una persona y en el proceso, me rompí.

No me arrepentía de ello, nunca lo haría. Es solo que, siendo que las cosas resultaron de esta forma, me era imposible pensar en una forma de avanzar.

El chico del cuadroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora