Capítulo Doce

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Capítulo dedicado a KawaiiWorld8 porque amo demasiado que lo ames y no es perfecto, es perfectamente imperfecto y lo adoramos así 😏❤

(Canción: Oak Trees de Daniel Nunneelee)

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Me remuevo molesta ante los repetitivos golpes en la puerta.

Cierro los ojos con fuerza, no queriéndome despertar todavía.

Al dejar de escuchar golpes, suspiro aliviada y vuelvo a removerme para estar más cómoda, rozando mi nariz con algo que no se siente como mi almohada ni huele como ella.

Es una mezcla entre el aroma a la tierra mojada por la lluvia entremezclada con colonia varonil, pero decido no darle demasiada importancia.

Sin embargo, al apoyar la mano sobre algo más duro y cálido que el colchón, recuerdo que no estoy en mi habitación.

Todavía sin abrir los ojos recapitulo lo ocurrido ayer.

Recuerdo que Ryu volvió del entrenamiento, recuerdo lo mucho que me afectó su cercanía cuando me acorraló contra la encimera y la mirada divertida de Saoirse cuando él se marchó. También recuerdo la charla que tuve con mi mejor amiga a altas horas de la madrugada y que Nara se durmió sobre mi regazo.

Lo último que se viene a mi mente es el momento en que Saoirse me da el bote de pasta de dientes y yo recorro la mejilla de Ryu con el líquido espeso y blanco, descendiendo a través de su mandíbula y cuello.

Y luego...

Abro los ojos de golpe al caer en la cuenta de donde me encuentro.

Y junto a quien.

«Mierda».

Parpadeo un par de veces, adaptándome a la luz que se cuela a través de las cortinas oscuras y observo mi alrededor.

Lo primero en lo que me fijo es en que más de la mitad de mi cuerpo está encima del de Ryu. Lo segundo es que, aunque me quisiese mover, él me está abrazando y una de mis piernas está en medio de las suyas. Lo tercero es que hay escasos centímetros entre nuestro rostros. Y, por último, lo relajado que parece al estar dormido.

De esa forma se parece mucho más a Kairi que a Kenji. Es como si al dormir se quitase un par de años de encima.

Me fijo en que varios mechones tapan su frente y algunos incluso le rozan sutilmente el puente de la nariz, ocultando parcialmente sus cejas pobladas. Siento como me hormiguean la punta de los dedos ante la extraña necesidad de querer retirárselos. Tiene los labios entreabiertos, respirando con lentitud y no debería de estar mirando eso precisamente. Entonces me percato de lo larga que son sus pestañas en realidad, consiguiendo sombrear sus pómulos y como una de sus mejillas tiene un rastro irregular de algo de color blanco.

Tengo que morderme el labio inferior para no soltar la risotada que amenaza con escaparse al darme cuenta del desastre que hice ayer con la pasta de dientes.

«Esther, concéntrate».

Con muchísimo cuidado intento deshacer el abrazo en el que me tiene acorralada y mover una de sus piernas para liberar la mía. Al cabo de un par de segundos en total tensión, logro que uno de sus brazos esté junto a su costado y el otro termina por caer lánguido sobre el colchón a mis espaldas. Entonces, me enfoco en las piernas. Nos destapo a ambos, dejando a la vista su torso desnudo.

Nunca me había fijado en las pecas que tiene decorando parte de su clavícula y el lunar que tiene junto al ombligo. Tampoco había detallado con tanto esmero el dragón que tiene tatuado.

Un inesperado amor | 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora