<< Prólogo >>

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*redoble de tambores*

El prólogo:

(Canción: Stay de Gracie Abrams)

«El amor es como una guerra, fácil de iniciar, difícil de terminar, imposible de olvidar.»

Henry-Louis Mencken.

Seguía sin creerme todavía que me iba.

Incluso estando en el aeropuerto, rodeando el asa de mi maleta y recolocándome la correa de mi mochila en el hombro. Seguía sin creerme que estaría hasta verano en un país nuevo, totalmente sola.

Miro una última vez por encima de mi hombro. Mi grupo de amigos junto a Thais, mi novia, siguen aguantando el cartel en el que descansa la frase: «Te echaremos de menos, irlandesa», con una sonrisa en la cara, aunque hay alguno que tiene los ojos llorosos. Thais está entre ellos. También están mis padres y mi hermano mayor.

Al final la despedida si es más triste de lo que pensaba.

Trago saliva y vuelvo a retroceder un par pasos, plantándome frente a ellos. Me pican los ojos por las ganas que tengo de ponerme a llorar —y para ser yo y estar en un lugar público es algo imposible— pero aquí estoy, moqueando como una niña pequeña.

Dejo la mochila colocada encima de la maleta y acorto la distancia con Thais, que no tarda en rodear mi cintura y apretujarme contra ella. Salgo del pequeño escondite de su cuello, encontrándome con sus ojos castaños y su piel canela. Peino sus rizos con lentitud, retirándole un par de mechones de su rostro.

«Estaría seis meses sin poder hacerlo».

—Te voy echar de menos, Esther —susurra con la voz cogida.

Clavo mi mirada en su rostro, encontrándome la imagen de lágrimas recorriendo su cara, humedeciendo sus mejillas. Siento como el nudo en mi estómago aparece de nuevo, retorciéndose cada vez que una nueva lágrima se escapa de sus ojos.

—En semana blanca me tendrás de vuelta. Te lo prometo.

—¿Comienzo a buscar disfraces de parejas para carnavales, entonces? —cuestiona, mostrando una pequeña sonrisa en medio del llanto.

A no ser que pensases dejarme, yo creo que sí —bromeo.

Su mirada se encuentra con la mía de nuevo. No sé cuánto tiempo estamos así, simplemente observando a la otra. Podrían haber sido horas o tan solo unos pocos segundos, ahora mismo me da exactamente igual, aunque debería preocuparme por la posibilidad de perder el avión.

Me da un pico rápido al ver que yo no reacciono. No tardo en alargar ese «inocente» beso en uno digno de recordar, para poder estar rememorándolo hasta que volviese a estar junto a ella. Me separo a regañadientes de ella, no sin antes darle un último beso. Aprovecho para abrazar a mis amigos una última vez antes de acercarme a mis padres.

Mi madre tiene las mejillas sonrojadas, no deja de sorber por la nariz y sus ojos verdes parecen estar inyectados en sangre. No me da tiempo a decir nada porque no desaprovecha la oportunidad de tenerme suficientemente cerca y me abraza.

Soy capaz incluso de escuchar como inhala por la nariz, antes de sentir sus labios sobre mi sien y sus dedos peinando mi pelo ondulado.

—Mi niña... —susurra —. Cuídate mucho, ¿vale? Cualquier cosa, siempre puedes volver a casa.

Mamá —me quejo alargando la «a», al ver que sigue abrazándome con fuerza.

Pero con mi madre siempre ha sido así. Siempre que mi hermano o yo nos íbamos, parecía que nos marchábamos a la guerra en lugar de ir a la parada del autobús para ir al colegio.

Un inesperado amor | 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora