Capítulo Treinta y Dos

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Capítulo dedicado a lasunset porque me dan la vida tus reacciones, tus mensajes, tus ilustraciones y todo lo que haces. Muchas gracias por llenarme aún más de ilusión y motivación con la historia de mis bebés 🤍


(Canción: Salt de Haux)

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No sé cómo lo hace Ryu para que no se le peguen los huevos a la sartén mientras se pone a hacer otra cosa.

Esta mañana me ha adjudicado a mí la tarea de estar pendiente de ellos, arrastrarlos de un lado al otro de la sartén para que cuajen a la vez que él se encarga de exprimir las naranjas, tostar el pan y preparar la mesa, todo a la vez.

Y yo solo tengo que estar pendiente de unos tristes huevos, que se han pegado igualmente.

Genial.

Simplemente genial.

—¿Todo bien por ahí? —pregunta a mis espaldas.

—Genial —miento.

Rasco de nuevo con la espátula, rompiendo los huevos revueltos que, al levantarlos, dejan a la vista el color marrón de haberse quemado.

Está decidido.

No sirvo para la cocina.

—¿Qué ha pasado? —cuestiona a mi lado.

Pego un respingo, sorprendida, mirando por encima de mi hombro. Ante la carcajada divertida que suelta por mi reacción le propino un codazo en el costado.

—¡¿Pero a ti qué te pasa?!

—¿A mí? Nada, que tengo una novia mentirosa que no sabe mentir —murmura, rodeándome la cintura.

—Añade mala cocinera a lista, entonces —mascullo, dejando la espátula a un lado de los fogones.

Suelta un carraspeo extraño y sé que, en realidad, habría sido una nueva risa, pero la ha contenido lo mejor que ha sabido para no hacerme sentir peor. Me reacomodo, recostando mi peso sobre él, apoyando la cabeza sobre su hombro. Ryu besa mi mejilla, estrechándome más cerca. Su calor corporal es capaz de colarse a través de mi —su— camiseta.

—Tampoco están tan mal —objeta, haciendo una mueca que lo delata al segundo.

—Parece que yo también tengo un novio mentiroso, que no sabe mentir.

—Somos una pareja de malos mentirosos —añade, divertido.

—Pero solo una mala cocinera.

Niega con la cabeza, haciendo que varios mechones se rocen con mi cara, haciéndome cosquillas. Me encojo en respuesta, arrugando la nariz. Alzo la mirada, encontrándome con que él ya me estaba mirando de vuelta.

—No están tan mal, de verdad.

Enarco una ceja en respuesta, poniéndolo en duda.

—Podrías haberlos quemado —alega, ofreciéndome una pequeña sonrisa.

—¿Y cómo llamas tú a eso?

—Unos huevos pasados de rosca.

—Quemados, vaya —corrijo.

Él chasquea la lengua, contrariado.

—Cabezota —murmura contra la curva de mi cuello.

Estoy a punto de llevarle la contraria cuando oímos el clic de la cerradura al ceder. Ryu se separa de golpe de mí, mirando por encima de su hombro con irritación, frotándose la cara antes de bufar.

Un inesperado amor | 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora